“Chi lo sa”. Quién sabe. Solo sé que no sé nada. De hecho, por un instante, pensé que había perdido la noción del tiempo y el día en el que leía la noticia de que el castellano deja de ser la lengua vehicular y/o oficial en toda España era el Día de los Inocentes y lo que estaba leyendo era una broma de los medios de comunicación. Pero nada más lejos de la realidad.
En este instante volví a confirmar que la política está plagada de interconexiones. Y esta decisión es una de ellas. Que esto suceda no es más que el precio que tiene que pagar el Presidente para poder aprobar los presupuestos generales del Estado para 2021.
Pero ésta no es la esencia de la cuestión. La esencia se halla en la consecuencia de la decisión. Es decir, pretender que la Ley Orgánica de Educación del Estado contemple que el castellano deja de ser la lengua oficial supone cargarse la concepción del modelo de Estado que tenemos vigente en este momento en España. La lengua oficial del Estado es una. Y el sistema educativo público tiene el deber de preservarla.
Abrir ahora este debate del tratamiento y el uso de las lenguas en el sistema educativo creo que únicamente responde a avivar la fractura social en nuestro país. Y en estos momentos difíciles no es responsable que nuestros gobernantes nos dirijan por estos derroteros.
Las lenguas cooficiales que conviven en nuestro territorio están perfectamente aceptadas en las diferentes comunidades autónomas. De hecho, el sistema educativo las contempla, las estudian e incluso en algunos casos por encima de los límites que pudiéramos considerar normales.
Ya lo he dejado escrito semanas atrás. Ésta no es la reforma educativa que necesitamos aquí y ahora. Ésta no es la reforma educativa que necesitan nuestros alumnos y nuestro sistema productivo. La educación va vinculada a la economía. España necesita competir con el resto del mundo con capital humano e intelectual. Lo que invirtamos ahora en educación será nuestra garantía del futuro a partir de una década.
Siempre he defendido que el sistema educativo tiene que crear alumnos libres de pensamiento para construir una sociedad próspera. Pero no de esta manera. Esta libertad no se forja con este diseño de sistema educativo que nos pretenden imponer con alevosía y nocturnidad.
¿Dónde están ahora los docentes para gritar que ésta no es la Ley de Educación que necesitamos? Porque aquí y ahora también discutimos, además de las formas, el contenido.