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Ser joven hoy

Por José A. García Bustos
sábado 07 de agosto de 2021, 12:25h

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Escribía la semana pasada sobre la importancia de los valores adquiridos en el colegio y, de paso, rendí mi pequeño homenaje a aquellos profesores que tanto nos aportaron, moldeando el pequeño “yo” que era educado en casa.

Fueron muchas las felicitaciones (¡gracias!). Algunas muy entrañables como la de dos de mis antiguas profesoras, tras décadas sin saber de ellas.

La mayoría de aquellos niños y adolescentes que aprendíamos en el colegio mucho más que conocimiento científico o técnico, tenemos hoy hijos en edad escolar, ya sea primaria, secundaria o universitaria y se encuentran en un entorno mucho más desfavorable.

En el ámbito escolar, nuestros hijos se encuentran, entre el aislamiento de las burbujas o la lejanía de las videoconferencias, privados de todo lo que va más allá del conocimiento dentro de las aulas: la interacción en patios y pasillos con otros alumnos del mismo o diferente curso (las conversaciones de patio con los hermanos mayores de mis compañeros fueron muy enriquecedoras y me permitieron ver qué se me avecinaba o cómo afrontaba mi situación un mayor), de las fiestas de Navidad y fin de curso, de los primeros claveles y serenatas los días de las vírgenes, de talleres de cine, de charlas (variopintas a la vez que enriquecedoras) con los profesores al acabar la clase, etc.

Todo ese enriquecedor valor añadido que da el colegio fuera de las aulas, se les ha privado a los niños y jóvenes de hoy en el último año y medio. Mucho no se volverá a recuperar y, como gran parte de las medidas provisionales que se están tomando a causa del virus, se convertirán en definitivas, en contra del enriquecimiento de nuestros pequeños.

Fuera del colegio la situación no es más halagüeña. Los jóvenes se encuentran con un entorno de salarios bajos y precariedad laboral, con dos crisis económicas (o la misma) a sus espaldas o a las de de sus padres, con el consiguiente sufrimiento que se respira en casa. Entornos negativos que han hecho que acuñe un nuevo concepto como el de “trabajadores pobres”. O con familias con uno o todos los cónyuges en paro o en situación de ERTE, elevado endeudamiento y unas expectativas económicas muy bajas respecto a su futuro. Encima, en los últimos meses, los jóvenes y adolescentes cargan con la responsabilidad de ser los principales propagadores del virus. Por eso, se les restringe la sociabilidad de la que disfrutamos nosotros, tanto en número de personas por grupo como en el tiempo de ocio.

Ser joven hoy en día no es nada fácil. Esta generación de adolescentes y jóvenes vivirá, por primera vez en la Historia, peor que la anterior.

Por esa razón, por primera vez en la Historia los padres tenemos una responsabilidad extra que no tuvieron los nuestros: redoblar los esfuerzos y el tiempo de dedicación para facilitar la vida a nuestros hijos con el objetivo de que vivan, como mínimo, en similares circunstancias que nosotros a su edad.

Nadie nos ha enseñado a navegar en tan turbulentas aguas pero tenemos que poner todo cuanto esté en nuestras manos para suplir toda aquella enseñanza y valores proveniente de las aulas (no solo conocimiento) que no llega a través de la pantalla del ordenador o que los grupos burbuja limitan.

Creo que para tan ardua tarea debemos apoyarnos, sin tapujos, en profesionales de la psicología o la pedagogía que alivien el alto grado de ansiedad o pesimismo y asegurarnos en tiempo y forma que nuestros hijos van creciendo sanos a pesar del legado global que les dejamos.

En el ámbito particular, debemos reforzar la enseñanza de valores y espíritu crítico. Pero sobre todo debemos enseñarles a recuperarse del fracaso y la decepción, dos contratiempos que con con toda seguridad aparecerán en sus vidas y de los que se puede aprender mucho aunque, sin una adecuada autoestima, pueden causar dolor.

Nuestros hijos nos necesitan más que nunca. Necesitan que les transmitamos herramientas para afrontar con garantías un entorno desfavorable porque tienen que saber que unas veces se gana y otras se aprende pero nunca se desvanece.

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