En el círculo de amigos y conocidos que fuman no he escuchado todavía ningún exabrupto contra la ley antifumadores. Sí he escuchado mucho insulto, mucho adjetivo subido de tono, mucha mala leche de dueños y trabajadores de cafeterías que tienen que salir a la calle de vez en cuando para echar un pitillo.
El fumador consciente agradece que la prohibición provoque la reducción de su cupo diario, la eliminación de esos cigarrillos de más que forman parte del rito del café, de la cerveza o de la copa larga. Ahora, el café de media mañana o de media tarde es un acto fugaz, una excusa agradable y breve para conseguir el gusto que te empuja a salir inmediatamente a la calle para encender el cigarro.
Los fumadores han tomado la calle, los restauradores han agudizado el ingenio en barras de interior-exterior y terrazas acondicionadas para los recalcitrantes que prefieren un resfriado o un conato de congelación a dejar el cigarrillo para la casa.
Esta situación nueva y extraña requiere un largo periodo de adaptación a la ley y a la necesidad, porque ni el café, ni la cerveza, ni la tapa, ni el plato ni la copa saben lo mismo en casa que fuera y pagando.
Por eso, que los empresarios no se desesperen, que el fumador seguirá con sus hábitos por más que se rebele ante una prohibición absurda por no haber sabido conjugar derechos en espacios con posibilidad de dividir. Es que menos cigarrillos saben mejor. Y si hay que pasar un poco de frío o de calor, pues se pasa. Todo sea por la adicción. O por el placer.
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Ayer por la tarde me di una vuelta por el Corte Inglés de Palma y quise comprobar el comportamiento de los no fumadores ante la situación que les cuento a continuación: Estando en la cafetería saqué un cigarrillo y me lo puse en la boca, aunque eso sí, sin encenderlo. El resultado fue dos broncas de bajo nivel. Bajando por la escalera mecánica, insultos de una señora de una 50 años. En el supermercado casi una agresión coredada por por varios clientes del centro. Unos minutos más tarde,en la sección de ventas de DVDs otra señora me amenazó con llamar a seguridad, cosa que no hizo al comprobar que el cigarrillo no estaba encendido. En fin, que decidí guardarlo en el paquete ya que mi integridad, por lo que observe, podía estar en peligro. Y ahora me pregunto, ¿que hubiese pasado si me hubiese paseado por el centro con uno de esos cigarrillos terapéuticos para dejar de fumar que echan humo?
La próxima semana lo haré, prometo contarles la experiencia?
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