Desde este mes de julio, los ciudadanos de Baleares ya pueden, si lo desean, volver a fumar o a vapear en las terrazas de bares y restaurantes. En principio, es una medida que no me afecta directamente, pues los únicos cigarrillos que he probado a lo largo de mi vida han sido los de chocolate, en especial durante mi infancia.
Quizás convendría aclarar aquí que me refiero sólo al chocolate procedente única y exclusivamente de la planta del cacao, y no de ninguna otra posible planta.
Cuando yo era niño, recuerdo que había adultos que solían reiterar que fumar relajaba, aunque es verdad que ese supuesto poder relajante y placentero podríamos atribuirlo también a otras actividades físicas, incluida esa tan concreta en la que la mayoría de ustedes posiblemente estén pensando ahora, que es el comer, claro.
La capacidad sedante que se atribuía y aún se atribuye al tabaco debe de ser muy real para quienes fuman, pues aunque todos sabemos que fumar no es bueno para la salud, aun así miles de personas lo siguen haciendo cada día.
Uno de los posibles motivos de esa adicción a la nicotina quizás sea que, como decía nuestra añorada Sara Montiel en el famosísimo tango Fumando espero, fumar es no sólo un «placer genial», sino además también «sensual».
De la letra de esa muy sugerente y envolvente canción —que por ahora aún no ha prohibido nuestro querido Gobierno—, tal vez sólo sería hoy cuestionable la parte que afirma que «mientras fumo, mi vida no consumo», pues basta leer las breves y contundentes advertencias sanitarias que aparecen en todas las cajetillas para llegar a la conclusión de que, muy posiblemente, el tabaco sí consuma nuestra vida, y además en grado extremo.
Pese a los contrastados efectos nocivos de este hábito, hay personas que, aun así, optan conscientemente por seguir con los cigarrillos, porque los consideran esencialmente antiestresantes, aunque haya sin duda otros antiestresantes algo más saludables, naturales y económicos.
Teniendo en cuenta que uno de los grandes detonantes del estrés en nuestro país es la política, tengo la impresión de que tras el 28-M y el 23-J muchos españoles de todas las ideologías han vuelto a fumar, para intentar calmar de algún modo la angustia y la ansiedad provocada por los sucesivos resultados electorales.
Precisamente, como la actual situación política no tiene, por ahora, visos de desbloquearse o de mejorar de manera inmediata, incluso yo mismo he empezado a plantearme muy seriamente la posibilidad de empezar a fumar, por ejemplo con un vapeador, pues ahora mismo no me veo volviendo a los cigarrillos de chocolate.
A día de hoy estoy ya casi decidido, aunque sólo sea para que alguien me pueda decir alguna vez al oído aquello de «dame el humo de tu boca,/ anda, que así me vuelves loca», o, puestos ya a soñar, «corre, que quiero enloquecer/ de placer,/ sintiendo ese calor/ del humo embriagador,/ que acaba por prender/ la llama ardiente del amor».
Aun así, me temo que cosas como esas sólo las podía decir Sara Montiel o, a lo mejor, alguna femme fatale especialmente fatale.
La buena noticia para mí sería que es posible que aún queden mujeres fatales. La mala noticia sería, ay, que al parecer las vampiresas ahora ya no fuman, aunque, para ser justos, no creo que ese infortunio sea también culpa de Alberto Núñez Feijóo o de Pedro Sánchez.