A veces hay descubrimientos que te tocan el alma sin que te lo esperes. Una mallorquina, de viaje por el Caribe, encuentra en el corazón del Viejo San Juan algo que jamás imaginó ver tan lejos de casa: una versión criolla de su adorada ensaimada. Lo que sigue es una historia de sabor, identidad y sorpresa.
Marga Bermúdez , mallorquina de viaje, paseaba sin rumbo fijo por las calles empedradas del Viejo San Juan, disfrutando del calor caribeño y del vaivén de los balcones de colores, cuando, de repente, una cafetería la hizo detenerse en seco. Se llamaba La Mallorquina. El nombre ya despertó su curiosidad, pero lo que encontró al entrar la descolocó por completo.
Encima del mostrador, un mural gigante mostraba nada menos que el paseo marítimo de Palma y su imponente catedral. ¿Qué hace una imagen tan mallorquina en medio del Caribe? Intrigada, se acerco al mostrador y fue entonces cuando lo vio: un cartelito que anunciaba “mallorcas”.
¿Mallorcas? ¿Aquí? Tuvo que leerlo dos veces. No lo podía creer.
Las mallorcas puertorriqueñas son unos bollos dulces en forma de caracola, de textura más compacta que las ensaimadas de Mallorca, pero igual de llamativas. La masa es menos aireada, lleva menos manteca, y sin embargo... tienen ese algo que las hace familiares.
Nos pedimos una clásica, sin relleno, para probarla tal cual. Al primer bocado, la sorpresa: dulce, esponjosa, con un toque de mantequilla y esa capa final de azúcar glass que la hace irresistiblemente golosa. No es exactamente igual, pero tiene alma de ensaimada.
Después vino la versión local: rellena con jamón y queso, pasada por la plancha y servida caliente. Y ahí ya fue otra historia.
Salado y dulce, caliente, suave... una delicia inesperada. Aunque pueda parecer raro mezclar jamón y queso con un bollo dulce, la verdad es que funciona. Y funciona muy bien. Ese contraste de sabores te envuelve y te conquista.
La camarera nos cuenta que esta forma de comer las mallorcas es muy típica en Puerto Rico. “Aquí se desayunan así, con café con leche, todos los días”, dice con una sonrisa. Y no es solo en esta cafetería: también las puedes encontrar en otros sitios emblemáticos como La Bombonera, otro de los rincones clásicos del Viejo San Juan.
Las mallorcas puertorriqueñas tienen raíces profundas. Son el legado de los inmigrantes españoles que llegaron a la isla en siglos pasados, trayendo consigo recetas, costumbres y sabores. La ensaimada fue una de ellas, y con el paso del tiempo, se adaptó al gusto local, dando lugar a este delicioso bollo caribeño.
Ya no se elabora con el mismo esmero que las tradicionales ensaimadas mallorquinas —que requieren reposo, plegados y mucha paciencia—, pero el espíritu sigue ahí, en cada bocado. Es una versión más sencilla, sí, pero hecha con cariño y orgullo.
Salir de casa y encontrarte con un pedacito de tu tierra a miles de kilómetros es algo que emociona. No importa si el sabor es un poco distinto, o si la forma ha cambiado. Lo importante es el sentimiento de reconocimiento, de conexión.
Y eso fue lo que pasó ese día en el Viejo San Juan. Una mallorquina descubriendo, entre adoquines y palmeras, que su cultura había echado raíces en esta isla caribeña. Y que lo había hecho a través de un bollo dulce con nombre familiar y sabor distinto, pero con la misma esencia.
Si te animas a descubrir esta curiosa y sabrosa tradición, aquí van dos lugares imperdibles en San Juan:
La Mallorquina: Un café tradicional con historia, ubicado en el Viejo San Juan. Perfecto para probar las mallorcas en su versión más clásica.
La Bombonera: Fundada en 1902, este restaurante es una institución local. Sus mallorcas calientes con jamón y queso son famosas en toda la isla.
Ambos lugares son ideales para empezar el día con energía y con un toque dulce-salado que no olvidarás.
Rinde: 12 unidades Tiempo total: 3 horas aprox. (incluye tiempo de levado) Nivel: Fácil-intermedio
Para la masa:
4 tazas (480 g) de harina de trigo todo uso (puedes usar mitad harina de pan para más elasticidad)
1/3 taza (65 g) de azúcar blanca
2 ¼ cucharaditas (1 sobre) de levadura seca activa
½ taza (120 ml) de leche tibia
3 huevos grandes
½ cucharadita de sal
½ taza (115 g) de mantequilla sin sal derretida (pero no caliente)
1 cucharadita de extracto de vainilla
Ralladura de 1 limón (opcional, pero aporta un toque clásico)
Para dar forma y terminar:
½ taza de mantequilla derretida (para untar durante el formado)
Abundante azúcar glass (para espolvorear al final)
En un bol pequeño, mezcla la levadura seca con la leche tibia (ni muy caliente ni fría) y una cucharadita del azúcar. Deja reposar por unos 10 minutos hasta que forme espuma. Esto indica que la levadura está activa.
En un bol grande (o en batidora con gancho), mezcla la harina, el azúcar restante y la sal. Agrega los huevos, la vainilla, la ralladura de limón (si la usas) y la levadura activada. Mezcla hasta integrar todo.
Agrega la mantequilla derretida poco a poco mientras amasas. Amasa durante 8-10 minutos hasta que la masa esté suave, elástica y ligeramente pegajosa.
Coloca la masa en un bol engrasado, cúbrela con un paño húmedo y deja reposar durante 1 hora o hasta que doble su tamaño, en un lugar cálido y sin corrientes.
Cuando la masa haya levado, saca el aire suavemente. Divide la masa en 12 porciones iguales. Estira cada porción en forma de cuerda larga y delgada (como una serpiente) y enróllala en espiral, como un caracol.
Mientras formas, unta mantequilla derretida en cada tira antes de enrollarla. Esto le da ese toque suave y jugoso típico de las mallorcas.
Coloca las espirales en una bandeja con papel pergamino, dejando espacio entre ellas. Cubre y deja que leven por segunda vez, unos 30-40 minutos.
Precalienta el horno a 180 °C (350 °F). Hornea las mallorcas por 15–18 minutos o hasta que estén ligeramente doradas.
No dejes que se doren demasiado, deben quedar pálidas pero cocidas, para mantener su suavidad.
Deja enfriar ligeramente y, cuando estén tibias, espolvorea generosamente con azúcar glass. ¡Y listo!
Para la versión clásica puertorriqueña:
Abre la mallorca por la mitad
Rellena con jamón y queso suizo o cheddar blanco
Pásala por la plancha o sartén con un poco de mantequilla hasta que el queso se derrita
Espolvorea de nuevo con azúcar glass al servir
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