El Mediterráneo se calienta y Baleares lo nota en primera línea. Ya no se trata de una percepción estival ni de un titular alarmista: los registros confirman que el mar que baña las islas está cambiando a un ritmo sin precedentes. El Mediterráneo, hogar de más del 10 por ciento de la biodiversidad marina mundial, se calienta un 20 por ciento más rápido que la media global.
Esa aceleración térmica se traduce en olas de calor marinas más largas y frecuentes, pérdida de oxígeno y un desplazamiento forzado de especies sensibles. En las praderas submarinas, en los arrecifes naturales y hasta en la dinámica de las playas, los síntomas ya son visibles.
Los episodios recientes hablan por sí solos: en las boyas de seguimiento del archipiélago se han registrado veranos con temperaturas récord, por encima de los 30 grados, algo impensable hace apenas unas décadas. La consecuencia inmediata es la desaparición de hábitats esenciales, como las praderas de Posidonia oceanica, base de la vida marina y de la estabilidad de las playas. Su debilitamiento amenaza directamente al turismo, la primera industria de Baleares, que depende de unas costas limpias y resilientes.
El sector pesquero tampoco escapa. Más del 50 por ciento de las poblaciones de peces comerciales del Mediterráneo están sobreexplotadas, y el calor extremo no hace sino reducir su resiliencia. Artesanales de calas y puertos menores ven cómo cambian las especies y bajan los rendimientos. “La biodiversidad está en jaque, pero también la economía azul que sostiene a miles de familias isleñas”, resume un portavoz del sector.
El calentamiento acelera también la expansión de especies invasoras. Peces y medusas tropicales, favorecidas por aguas más cálidas, ganan espacio frente a especies autóctonas que retroceden. Las escenas que hace una década parecían anecdóticas se repiten ahora cada verano: floraciones tempranas de medusas, arrecifes degradados, peces termófilos cada vez más abundantes en inmersiones recreativas.
La oceanógrafa mallorquina Gádor Muntaner, en una entrevista para mallorcadiario.com, lo describía con crudeza: “El Mediterráneo era uno de los mares con mayor biodiversidad y ahora es el más contaminado”. Para ella, lo que ocurre bajo la superficie es más tangible de lo que pensamos: “Lo azul tiene tanta importancia como lo verde. Nos olvidamos de que el mar es quien nos da oxígeno y regula la vida en tierra”.
Durante años se habló de conservación: proteger lo que queda, limitar daños, frenar impactos. Pero la comunidad científica advierte que ya no basta. La nueva palabra es regeneración. Restaurar hábitats degradados, reintroducir especies clave, rediseñar el vínculo de la sociedad con el mar.
“Si algo me ha enseñado el mar es su capacidad de autoregenerarse. Solo hay que darle espacio y tiempo”, añadía Muntaner. Pero ese tiempo se agota, de ahí que la regeneración activa aparezca como el único camino.
En foros internacionales se habla ya de desarrollo regenerativo, un concepto que va más allá de la sostenibilidad. No se trata solo de reducir impactos negativos, sino de generar un impacto positivo neto: transformar la relación de las comunidades humanas con la naturaleza, desde la educación hasta la economía, para garantizar un futuro compartido.
En este terreno, organizaciones como Underwater Gardens International (UGI) actúan como pioneras. Su enfoque combina ciencia aplicada, biotecnología, diseño ecológico y educación. No se limita a plantar corales o instalar estructuras, sino que impulsa proyectos integrales, desde herramientas biotecnológicas a proyectos de absorción de carbono o espacios inmersivos que promueven una nueva relación cultural con el mar.
Su fundador, Marc García-Durán, lo explica: “Lo que ocurre bajo el mar no es invisible, solo está fuera de foco. Regenerar el Mediterráneo es una tarea urgente que requiere innovación, colaboración y visión a largo plazo”.
El Mediterráneo conocido ya no volverá. Pero sí puede haber otro, distinto y aún rico, si se actúa con decisión, afirman los expertos. Las Baleares se encuentran en una posición privilegiada para liderar esa transición: cuentan con ciencia de vanguardia, con iniciativas pioneras y con una sociedad cada vez más consciente. Aquí, donde la economía y la identidad dependen del mar, estas propuestas se sienten cercanas y necesarias. Los proyectos piloto de restauración de posidonia, las áreas marinas protegidas o los programas educativos en colegios conectan con la idea de un mar regenerado, no sólo conservado.
Para Muntaner, hay también una dimensión personal: “Desde pequeña aprendí a mirar el mar y entendí que su salud es también la nuestra”. Su testimonio aporta un matiz humano a una crisis que, a menudo, se mide sólo en grados y porcentajes.
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