Nunca llegaré a entender por qué se ocultan cuestiones, cosas, asuntos que en su momento ayudarían a comprender mejor el presente y a vislumbrar el futuro. Sorprende que, ahora que ha dejado de ser su entrenador, Toni Nadal confiese en el transcurso de unas jornadas sobre “Bussiness & Sports”, celebradas en Murcia, que su sobrino Rafa “convive desde 2005 con el dolor y los calmantes”. Tampoco alcanzo a ver en qué medida beneficia o perjudica al tenista tamaño reconocimiento porque si se trata de reforzar su imagen de deportista íntegro y sacrificado, nadie pone en duda su retrato a estas alturas de tan dilatada carrera.
Esto me recuerda que ya hace algunos años, no podría precisar sin antes o después del año de referencia, un compañero venía muy alterado de entrevistar al Tio. Metidos en un despacho fuimos al menos tres personas las que escuchábamos la cinta en la que se afirmaba que Nadal padecía una lesión crónica. El paso del tiempo quizás ha restado importancia a aquella pesimista previsión que aquel colega se resistía a publicar con todas sus letras. Creo que, pese a la grabación, hubo desmentidos o, cuando menos, serios matices para redirigir el sentido de unas palabras que no admitían rectificación. En estos momentos nada trascendente.
Lo que nunca he escuchado es una explicación coherente a tanta dolencia si tenemos en cuenta la constitución física del tenista de Manacor. Hubo un tiempo en que llegué a escuchar, que el uso del pantalón pirata que impuso la moda de la época, excepto para Federer, producía un desgaste en la rodilla que, aunque leve, habría afectado esta parte de su anatomía. Nada científico, por supuesto. Tal vez cuando ya se haya retirado del circuito profesional nos encontremos con una mirada hacia atrás en la que alguien, sino él mismo, exponga que empezó demasiado pronto a exigirse a si mismo, que nunca supo o supieron dosificar sus actuaciones que tal hubieran evitado el dolor y los calmantes sin menoscabo de sus éxitos.
