Paradojas de la vida, Son Dureta no es un nombre mallorquín. Procede de una familia vizcaína que fue propietaria de la posesión entre los siglos XV y XVIII. El “son” (no confundir con la música cubana) si es nuestro, equivalente al concepto de propiedad o lugar, así muchos apellidos de la nobleza local junta el apellido con el nombre de la finca. Vale la pena la lectura del capítulo sobre la nobleza de Josep Melià en ”Els Mallorquins”.
En plena dictadura, en el esplendor de su rigidez, se decidió que el Hospital Virgen de Lluch (hoy Verge de Lluc) en una travesía de La calle Aragón de Palma se había quedado pequeño para Palma y era urgente la edificación de un nuevo hospital fuera de la Ciudad y que pudiera dar servicio a todos los ciudadanos de Mallorca y que después se convirtió en el de referencia de toda la provincia para terminar siendo un hospital universitario. Aquí se formaron licenciados en medicina y diplomados en enfermería y muchos de ellos, del resto de España, decidieron que su vocación de servicio la desarrollarían en nuestro pequeño país, espero que aquí todos o casi todos alcanzasen la felicidad.
Con la demolición de Son Dureta se cierra una etapa no solo en la medicina balear sino también en la misma sociedad mayoritariamente mallorquina. Pocos son los ciudadanos de más de unos 18 años que nunca han tenido contacto con Son Dureta; unos por haber nacido en dicho centro, otros por haber sido asistidos ahí y otros tristemente por haber fallecido. Todos, o casi todos, por un, motivo u otro, hemos tenido contacto con dicho centro que ya forma parte de la historia o si quieren de la microhistoria de Baleares.
Los sentimientos que nos unen a dicho centro varía en función de las circunstancias relacionadas por las que estuvimos; obviamente no es lo mismo un nacimiento, siempre motivo de alegría, que una defunción que se traduce, a pesar de las creencias en un sentimiento luctuoso, de ausencia, de abandono o de duelo.
Como he aprendido a ejercer de optimista, a pesar de que toda la vida lo he sido (rechazo la frase de que un pesimista es un optimista informado atribuida al gran Mario Benedetti) optaré por el origen de la vida. Quienes me conocen me habrán oído decir, incluso hartado, que lo mejor que me ha pasado en la vida es el tener a mis hijos. No soy capaz, a pesar de que han superado la veintena, de imaginar mi vida sin ellos. ¿Qué hubiese sido de mi? ¿Qué preocupaciones hubiese tenido?, ¿con quien hubiese disfrutado tanto hasta alcanzar la máxima felicidad? y especialmente de ¿Qué o quien me podría sentir tan orgulloso?, un hijo siempre es un motivo de dicha y de orgullo. Hasta el punto de que para un hombre, que de momento no los podemos concebir y cuando así sea nos regalarán Cabrera, dice el dicho popular, cogerlo cuando ha recién acaba de nacer es una sensación, un sentimiento inenarrable. Nos lo pueden explicar pero siempre se quedarán cortos.
Despido, pues, Son Dureta y le agradezco la hoja de servicios que presenta ante nuestra sociedad. Quien decidió su edificación merece nuestra gratitud y reconocimiento pues entre esos muros corroídos por la aluminosis se ha hecho mucho bien a los que, por el motivo que fuere, hemos estado de paso, camino de nuestra casa o de la trascendencia, yo simplemente lo llamo camino del cielo.
Como las personas, las infraestructuras envejecen y deben ser sustituidas por unas idóneas para la sociedad actual, que cubra sus necesidades. Ese momento ha llegado a Son Dureta y supongo que en los próximos días solo será una imagen en nuestro recuerdo para dejar paso en poco tiempo a un equipamiento necesario y adecuado a nuestro tiempo.
A las autoridades solo les pido una cosa, barata y sencilla, para las generaciones que nos siguen y que nunca lo habrán visto en funcionamiento o simplemente no habrán visto el edificio; una placa conmemorativa en recuerdo de los que nacieron y murieron en ese Hospital y especialmente en agradecimiento de la sociedad a todos aquellos sanitarios y no sanitarios que se dejaban la piel a diario para que los ciudadanos de Baleares fuésemos atendidos en la excelencia médica y sanitaria. Ellos son los verdaderos tributarios de nuestro reconocimiento pues con lo que sabía la ciencia médica en 1955 se hicieron milagros y eso, ahora que muchos médicos emigran para alcanzar un reconocimiento social y económico, es lo menos que puedo pedir desde estas humildes líneas para esas varias y magníficas generaciones de profesionales.
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