Una imagen vale más...

Una fotografía publicada en la portada de todos los periódicos del mundo llama poderosamente mi atención: en ella se puede observar a ocho mandatarios internacionales sentados alrededor de una mesa de trabajo redonda posando ante la prensa gráfica; se trata de hombres de Estado que gozan, todos ellos, de una popularidad indiscutible y de una influencia política incontestable. Miran a las cámaras y sonríen levemente, diplomáticamente: Renzi (Italia), Hollande (Francia), Obama (Estados Unidos), Cameron (Gran Bretaña), Merkel (Alemania), Van Rompuy y Juncker (Unión Europea) y Rajoy (España).

No se percibe, cerca, a ningún intérprete. Siete de los ocho personajes pueden hablar entre ellos sin ninguna clase de problemas; mantienen conversaciones con una gran fluidez verbal y se conectan y relacionan con total naturalidad. Uno, el octavo, no. Sentado junto a tan altas personalidades no se entera nunca de nada. Se llama Mariano Rajoy y es oriundo de Galicia.

En los encuentros internacionales, cuando se reúnen en una gran sala y debaten temas de gran interés político, algunos (Rajoy) utilizan o bien una maquinita de traducción simultánea o tienen sentada a su espalda a una persona que ejerce de traductor oficial. Es lo que hay.

Pero –a parte de esas sesiones multitudinarias- existen muchos otros momentos en los que los personajes monolingües (a excepción de los que hablan inglés) no pueden llevar pegados a sí mismos a un traductor ni pueden utilizar las citadas maquinitas; por ejemplo, durante las travesías de largos pasillos, las salutaciones previas y, sobre todo, en el transcurso de desayunos, almuerzos o cenas. ¿Ustedes han tenido alguna vez la ocasión de sentarse a merendar junto a siete personas que se entienden en un lenguaje común que ustedes no conocen en absoluto? Pues, la verdad: es dramático. Uno (Rajoy, en este caso) está constantemente en el Limbo, no pilla nada de nada, no sabe cuándo sonreir o entristecerse o protestar o llorar. Un invidente en un desfile de modelos o poco menos.

El papel que le toca representar al presidente español en todos los contactos internacionales es penoso. Personalmente, me parece indigno de tan alta representación no farfullar nada en ninguna lengua que no sea el propio castellano (con un ligero acento gallego; eso le endulza algo…).

Creo que ya he dicho todo lo que quería decir.

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