Manuel Martín Ferrand, que en paz descanse, solía decir que el periodismo empezó a morir el día en que en los consejos de administración de los medios de comunicación se sentaron destacados economistas, empresarios y administrativos en lugar de periodistas. El Conde de Godó se cargó aquella Antena 3 de Radio ejemplar que compensaba la mesa de los accionistas con las de le redacción donde uno tropezaba con Jesús Hermida, José María García, Santiago Amón, Rafael Benedito, Antonio Herrero, José Antonio Plaza, Yale, Amilibia, José Luis Balbín y otros plumíferos de postín, maestros que no pudieron evitar los desmanes del patrón.
Johan Cruyff, que tampoco nos acompaña ya, sugirió en su día algo parecido respecto al fútbol: que los directivos tuvieran que haberse calzado unas botas y la credencial de una ficha federativa en algún club antes de decidir sobre un negocio del que no entendían. Vean sino el ruedo de consejeros del Mallorca, en el que solamente el chico este Le Saux, de reciente incorporación, puede acreditar su paso por el terreno de juego. Molango, con perdón, tiene el mismo currículum o peor que cualquier jugador de tercera división del grupo balear por no ampliar su círculo de conocimientos en categorías de idéntico rango. Igual que los del Atlético Baleares e incluso la mayoría de dirigentes de federaciones deportivas o instituciones como la LIga de Fútbol Profesional.
En otras áreas se crearon escuelas profesionales dedicadas a formar a sus directivos en distintas actitividades. Así nació, recuerdo, la Escuela de Turismo de Felipe Moreno, como antes hubo la de Hostelería y algunas más. A lo máximo que ha llegado la FIFA es a establecer cursos para titular, que no capacitar, a los agentes o representantes de jugadores, entre los que pululan no pocos farsantes. Dado el dinero que mueve el fútbol, no estaría de más empezar a pensar en esa posibilidad y a exigir estudios que nos libraran de los Claasen, Volkman, Cerdá, Sarver y Molango de turno aquí, allí y en todas partes.
