Hace calor, algunos días más que otros. Es verano. Es lo normal. Desde que tengo uso de razón siempre ha sido así. Pero ya antes pasaba. Ha pasado siempre. En verano hace calor y en invierno hace frío. Nada nuevo. Cada año pasa lo mismo, pero aún así nos seguimos sorprendiendo y los informativos de televisión dedican quince minutos a contarnos cómo se soporta el calor en diferentes puntos de la geografía nacional, igual que pasa en invierno, cuando llega un temporal o nieva en bajas altitudes.
Parte de esa información puede entenderse por su interés general, pero en algunos casos traspasa lo ridículo. Así, vemos a presentadores y presentadoras que llegan a meter los pies en el río para contarnos cómo se refresca la gente, o aparecen en bañador sentados al borde de la piscina, con los pies en remojo, cual turista, para decirnos que las temperaturas se enfilan y que en verano hace calor. Vaya novedad.
Así que una de las palabras más repetidas desde 2020, como es la palabra 'ola' – no confundir con 'hola', de saludo- se utiliza para otro contexto distinto. De las olas de COVID -ya he perdido la cuenta, creo que vamos por la séptima- a las olas de calor ahora, en verano, que derivan muchas veces en ola de incendios, pasando por la ola de la inflación que amenaza con ahogarnos a todos y convertirse en tsunami, o la ola de impuestos, cada vez más destructiva y grande, después de que el presidente Sánchez anunciara esta semana, en el Debate sobre el Estado de la Nación, nuevas cargas fiscales a los bancos y a las compañías energéticas que, como pueden imaginarse, repercutirán antes o después en el ciudadano.
Desde hace meses, Ucrania también se encuentra inmersa en otra ola, en este caso bélica, de la que se habla menos los últimos días, porque la ola de calor le ha robado protagonismo en las escaletas informativas. Desgraciadamente, estamos ante una ola que ha devenido en oleaje permanente, ante la incapacidad de Europa y el comportamiento pusilánime de los EEUU, que siguen haciendo negocio con el conflicto entre la venta de armamento y su condición de país exportador de gas y petróleo.
Claro que en el país de POTUS Biden también sufren una ola particular, transformada en oleada desde hace muchos años, de violencia por armas de fuego que, según las últimas cifras, se habría cobrado la vida de más de 17.000 personas en lo que llevamos de año. En 2021 se registraron 45.010 muertes, a una media de 110 fallecidos al día. Una ola demoledora de la que solo se habla cuando se produce algún tiroteo masivo o alguna masacre, pero que se silencia el resto del año.
Pero, desgraciadamente, mientras cualquier estadounidense común tenga acceso a un rifle o una pistola de manera legal, amparado por el derecho constitucional a andar armado en la calle, seguiremos lamentando fallecimientos y seguirán produciéndose masacres. Como la ocurrida el pasado mes de mayo en la escuela primaria de Uvalde, en Texas, con un saldo de 19 niños muertos y dos profesoras, y una actuación de la policía cuando menos discutible, a tenor de las imágenes registradas por las cámaras de seguridad y que se han hecho virales esta semana.
La ONU también advierte de otra ola, en este caso de hambre y crisis alimentaria en el mundo, lo que puede desencadenar un caos social, y que volverá a castigar de manera especial al África subsahariana, Latinoamérica y el Caribe.
Entre tanto temporal, prefiero subirme al barco en busca de la buena ola que me acompañe durante unos días de descanso.