Poco a poco vamos conociendo detalles de cómo fue el asalto a Bin Laden y a medida que pasan las horas las versiones van desinflando el primer escenario épico. Lo que al principio era una mansión de superlujo, ayer ya era una casita; lo que eran muros de tres metros de grosor se quedaron en paredes altas, pero totalmente endebles; lo que era un búnker infranqueable, al final no pasaba de ser una casa un poco discreta, pero nada más. La defensa armada que el terrorista había planteado el lunes, supuestamente feroz, era ayer un enigma: Bin Laden no estaba armado dice ahora la Casa Blanca, pero se resistió al comando de élite del ejército más poderoso del mundo. ¿Cómo se resiste uno sin armas al comando más poderoso del ejército americano? ¿Tal vez con la mirada? ¿Quizás blandía una Gillette? ¿Es que les habló en árabe, algo que no gustó nada a los agentes del orden? La cuestión es que la amenaza del desarmado Bin Laden hizo que le descerrajaran un tiro entre ceja y ceja, por supuesto, en defensa propia. La espectacularidad de la operación tampoco nos explica cómo se perdió un helicóptero que los niños del barrio se llevaban ayer a trozos. El comando más elitista se enfrenta a un hombre desarmado, lo tiene que matar de un tiro entre ceja y ceja y, además, pierde un helicóptero, no se sabe si por avería, falta de combustible o porque se enredó con los árboles. Bien está lo que bien acaba, pero desde luego el cine ha hecho mucho mal a esta gente.
