Rajoy decapita a Ramírez

Desde todos los prismas políticos y sociales hay coincidencia: es Rajoy quien se ha cargado a Pedro J. Ramírez como director de El Mundo. Lo tenía muy fácil. Dicen que la situación económica de la empresa editora es muy mala. Ramírez también habría hecho una pésima gestión de los números. Eso le ha servido a Rajoy para activar la guillotina. Pero los motivos son otros. Son políticos y de juegos de poder dentro de la cúpula del PP.

Ramírez se había salido de madre. Durante muchos años embaucó al ala más dura de los conservadores con su periodismo incendiario, casi enloquecido, destinado a allanar el camino a la derecha más ultramontana. En Baleares desarrolló una cacería ciega destinada a embaucar a incautos, cargada de humo y de demagogia para conseguir sus objetivos en medio de un montón de cadáveres. Tras él esta tierra huele a purgatorio de postguerra.

En Madrid, tras el ridículo del 11-M al haber desarrollado el absurdo intento de demostrar que ETA estaba tras la masacre, se convirtió en látigo de Zapatero y ayudó al PP a recuperar el poder. Pero una vez conseguido el objetivo se puso a conspirar junto  a Aznar contra Rajoy. Es la eterna lucha del poder por el poder dentro de la derecha. Quien gobierna, normalmente se centra. Y quien no, se radicaliza hasta pasar a morar en los campos del ultramontanismo. Rajoy le ha pegado la patada a Ramírez, pero ésta va dirigida, en último término, a Aznar.

La derecha en el poder siempre acaba orillando a los requetés, a la primera línea de lucha de los cruzados de la fe. El riojano Ramírez, rodeado de detentes bala navarros, son útiles para llegar al poder, pero acaban convirtiéndose en asfixiantes e insoportables para los mismos que los han armado, uniformado y lanzado al frente.

Ramírez, con espíritu de Montejurra, llevaba meses cargando de forma desaforada contra Rajoy aprovechando el escándalo Bárcenas. A la par, el Rey y su hija han sido otros objetivos prioritarios, siempre con la larga sombra del resentido Aznar detrás de cada movimiento.

Al final, el esfuerzo centrista de Rajoy, en perfecta concordancia con Zarzuela, ha aplastado al jefe requeté, la fuerza de choque del reaccionarismo español más fanático. La estructura institucional nacida de la Transición ha resistido, de momento. Es tal la devastación que deja Ramírez por allí donde pasa y encuentra suficientes bobos para creerle, que costará mucho rehacer la concordia después de la siembra de tanto odio y tanta saña.

Pero seguirán los movimientos. Aznar continuará conspirando ahora que ha perdido a Pedro J.,  general del Tercio de la Vírgen Blanca. Pero al menos Rajoy y la Zarzuela han demostrado que no se chupan el dedo ni que se achantan ante los muchachos del Oriamendi. La caída de Ramírez huele a pólvora que ha sido mojada para siempre, pero sobre todo huele a libertad.

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