Disculpen que, como si estuviéramos en la prehistoria mediática -o sea, finales del siglo pasado- escriba hoy sobre lo que ocurrió ayer, de la misma manera que ayer lo hice sobre anteayer. Pero, además de que uno se ha quedado en la prensa de papel, también aprecia disponer de tiempo para introducir cierta reflexión, si es que al paso de unas horas le podemos llamar así. Por lo tanto, en lugar de hablar cómo el PSOE y el PSM critican hoy el discurso de ayer de Bauzá que, por supuesto, elogiará el PP, hablaré del mensaje pronunciado el martes de quien hoy será ya presidente de Baleares. En primer lugar, yo pienso que una investidura como la de ayer tiene bien poco interés, desde el momento en que al PP le sobran diputados para apoyar a su candidato y existiendo como existe una rígida disciplina de partido. Un discurso como el de ayer tendría sentido si respondiera a la idea original: los oyentes, a partir de lo anunciado, valoran, escogen y deciden. Pero como ya sabemos qué votará cada uno, haya dicho lo que haya dicho el candidato, esto es un puro rollo. Por lo tanto, como es un trámite, se aprovecha para generar algún titular más o menos afortunado (“no permitiré que nadie meta la mano en la caja”, como si lo contrario fuera posible) y pasar a lo que importa que es ver si algo de lo que se ha dicho es realizable. En segundo lugar, el discurso hay que entenderlo en una dinámica diferente a la de hace unas semanas, cuando estábamos en campaña electoral. Ayer, por ejemplo, ya era menos necesario utilizar el castellano aunque fuera testimonialmente; era menos importante hacer algunos guiños que tienen rendimiento en las urnas pero, en cambio, lo era el esfuerzo de apaciguar a la oposición que está esperando cualquier desliz para iniciar cuatro años de desgaste que le permitan albergar esperanzas de futuro y, sobre todo, justificarse en las batallas cainitas por el poder interno. Y, finalmente, yendo al grano ¿dijo algo Bauzà que no hubiera debido decir? ¿Dijo algo que merezca un titular llamativo? La verdad es que no. Nada es sorprendentemente brillante ni mediocre: lo que tocaba. Ahí sigue cabiendo un político brillante y uno patético; podría sentirse cómodo un populista y un académico; hasta un papanata y un estadista. Nada remarcable. Por eso a la izquierda le costó encontrar aristas, porque era romo, redondo, escurridizo. Lo que tocaba para no pillarse los dedos sin saber cómo está la caja, sin saber cómo resucitar al muerto.
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