Dejó dicho Voltaire que la estupidez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás. Esta semana se ha tenido noticia de la admisión a trámite de una querella interpuesta contra el boticario del Pont d'Inca y un tal Antonio Gómez que, según parece, es un agente forestal que dirige, creo que en comisión de servicio, la Abogacía de la Comunitat. Hoy estoy espeso y no lo tengo nada claro. En cualquier caso, la querella en cuestión imputa a los susodichos una serie de hechos que puedieran ser constitutivos de malversación y prevaricación. En términos jurídicos la admisión a trámite de querella contra una persona no tiene más relevancia que la apertura de una fase de investigación judicial, sin que ello presuponga, ni mucho menos, que los querellados vayan a terminar siendo, ni siquiera, juzgados. Ahora bien, políticamente la cosa tiene su gracia. Resulta que el boticario del Pont d'Inca hizo bandera de la lucha contra la corrupción desde que asumió relevancia extramunicipal. Con el argumento de la honradez máxima ha podido, por una parte tapar su nula gestión y, por otra, ir apartando a los compañeros de partido que le han resultado incómodos. Con algunos, como mi alcalde, no lo llegó a conseguir por horas. Sin alafia mediante, sino por resolución judicial exculpatoria. A ver cómo salen ahora del brete. Seguro que muchos de sus actuales, y antiguos, compañeros de partido esperan con un risa de oreja a oreja a ver qué fórmula magistral se les ocurre.





