Ya lo cantaba el gran Braulio en el Festival de Eurovisión de 1976. «A veces, hasta sobran las palabras/ cuando se trata de hablar/ sencillamente de amor». Ese sentimiento doble de no poder casi ni hablar de la emoción y de amor hacia nuestro equipo fue el que nos embargó ayer una vez que acabó el partido entre el Real Mallorca y el Real Madrid.
Hubo también amor, y dicha, y gratitud, y liberación, en el abrazo de Lago Junior al míster después de haber marcado su excelente gol. Su golazo, sería mejor decir. El costamarfileño quiso agradecer con ese abrazo la inquebrantable —y merecida— confianza de Moreno hacia él. Hubo igualmente ayer mucho amor fuera del estadio, en la otra punta de la isla para ser más exactos, en la boda entre Rafa Nadal y Mery Perelló. De no haber sido ayer el enlace, seguro que Rafa se habría acercado hasta Son Moix, si bien intuimos que tal vez con el corazón partío.
Es cierto que ayer no vimos la mejor versión del Real Madrid. Aun así, Benzema pudo haber empatado el partido en el minuto 26, pero milagrosamente su disparo fue repelido por el larguero. Esta vez la fortuna estuvo de nuestro lado, al igual que también lo estuvo en dos jugadas más que dudosas en el área pequeña, una protagonizada por Baba y Casemiro en la primera parte, y otra por Salva Sevilla y Brahim en la segunda. Con esa angustia in crescendo finalmente no consumada, acabó felizmente el partido. Decenas de aficionados besaron entonces con fervor el escudo del Mallorca, que vendría a ser el equivalente de cuando Braulio decía en su maravillosa canción: «Amor, amor, mi amor./ Es todo cuanto sé decir». Amor a raudales, amor silencioso, amor verdadero.