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La luz del amanecer suele ser, normalmente, la señal que indica a los amantes de la noche, a los bohemios, a los trasnochadores o a los jóvenes que quizás haya llegado ya el momento, por el momento, de retirarse a dormir y a descansar. Para otras personas algo menos noctámbulas,
La noche de los gigantes (1968) es una pequeña joya a reivindicar, una reivindicación que debería hacerse extensiva a su director, Robert Mulligan, y a su productor, Alan J. Pakula, que durante años conformaron un tándem de primer nivel que ya nos había ofrecido con anterioridad una obra maestra como