Dejémonos de latinajos. Un año sencillamente horrible para el fútbol palmesano representado en el descenso del Mallorca a los infiernos y la permanencia del Atlético Baleares en el mismo fuego.
Son Moix no debía ser el escenario de ninguna celebración. Si los Veteranos querían ponerle una medalla a su rendición, ya lo hicieron. Pero despedir la primera vuelta con un empate en casa frente al colista sirve para quitar el disfraz de líder con el que propietarios y ejecutivos han querido soslayar la responsabilidad de su mayúsculo desastre y el fracaso absoluto de su gestión lejana a redimirse.
El Aragón, que no había conocido la victoria hasta la penúltima jornada de la primera vuelta, no solamente se llevó un punto con todo merecimiento sino que, de no haber mediado un clamoroso error de su portero ante un ingénuo tiro de Cedric desde fuera del área, habría sido acreedor de la victoria. Mayor humillación o cura de humildad, imposible.
Si, los de Vicente Moreno salvaron los muebles y esa imbatibilidad de la que hacen justa gala y que les resguarda de una crítica más severa, oculta detrás de unos resultados que les eximen de la vergüenza que deberían sentir Sarver, Molango y sus secuaces.
En el “bundesland” de Son Malferit tiene más peso la incipiente agencia de futbolistas desde la que se maneja el cotarro, que la clasificación del equipo. En su día Gustavo Siviero ya pagó el atrevimiento de discrepar del gran jefe. Su segundo, Horacio Melgarejo, ha ofrecido su cabeza por un sueldo. La derrota blanquiazul ante un rival directo como el Ebro, es más grave de lo que parece. Su clasificación, a catorce puntos de su objetivo inicial y solo uno por encima de la condena, habla por si misma por si no lo hicieran suficientemente esos pésimos resultados obtenidos en función de una planificación desastrosa, una plantilla limitada y una mentira permanente. Eso si, el portero teutón es intocable.
Las vacaciones vendrán bien tanto en una acera como en la otra. Es tiempo de hablar de fichajes, refuerzos en el mercado de invierno para desviar la atención de una realidad incuestionable: uno es de Segunda B y el otro coquetea con la Tercera.





