Azar o providencia

Están chocando delante de nuestras narices dos concepciones radicalmente antagónicas del universo y del ser humano. Y hay que tomar partido, porque “para que triunfe el mal, basta que los hombres de bien no hagan nada” (Edmund Burke).

El materialismo filosófico cree que la materia es todo cuanto existe. El universo se rige por leyes que lo determinan todo. El hombre no es más que un animal algo más inteligente que el resto. Nuestra mente es sólo un epifenómeno generado por el cerebro. El libre albedrío es solo una ilusión, pues la química cerebral decide totalmente nuestras acciones. Dios no existe. No se sabe de dónde viene todo esto, tal vez sea eterno. Pero Dios no existe, porque no se puede demostrar científicamente su existencia. Es la religión cientificista: sólo el conocimiento científico es auténtico conocimiento. Ya, esta frase no es demostrable científicamente, pero mire qué series tiene en Netflix, y todo el fútbol en Movistar+.

El cientificismo está superado entre los expertos, pero permanece en los medios de comunicación de masas, las películas, en todos sitios. Bajo esta óptica materialista, esta vida es todo lo que hay, así que “comamos y bebamos, que mañana moriremos”. Somos fruto del azar, y por tanto nada tiene en el fondo ningún sentido. “Cada uno debe encontrarle sentido a su vida”, y esas cosas que se dicen cuando no se tiene ni idea de qué responderle al niño.

Me he criado con esas películas donde el protagonista quiere sobrevivir a toda costa, salvar vidas, y cuando alguien muere, se acabó. Y hombre, está bien salvar vidas. Pero, en el fondo, ¿para qué? A menudo se incluye un viaje en el tiempo. Siempre he encontrado los argumentos de los viajes en el tiempo totalmente absurdos, pero se ve que visten mucho. Total, que uno viaja en el tiempo y cambia la historia, porque lo mismo que ha pasado esto, podría haber pasado lo otro. Somos puro azar, o al menos eso parecían pensar los guionistas de Regreso al Futuro o Terminator.

Pero este punto de vista es bastante reciente; no es el de nuestros antepasados. ¿Somos de verdad más listos que ellos? Aparquemos el móvil un minuto. Dese un paseo por la playa mirando el reflejo del sol en el mar, o por la sierra contemplando las hojas movidas por el viento. A mí personalmente me resulta increíble el espejo que dejan las olas en la arena al retirarse, mejor durante la puesta de sol, cuando la playa de Palma se cubre de oro y plata. Siempre me acuerdo de Tolkien, de cómo se maravillaba con los distintos estados del agua, y con las “cosas que crecen”, las plantas. Si no puede ahora, acuérdese cuando esté en contexto, y pregúntese: ¿que yo esté aquí contemplando esto, se debe al azar? ¿Todo lo que nos rodea, y nosotros mismos, estamos aquí por casualidad?

¿En serio me está diciendo que el Big Bang, esa gran explosión que creó el universo, según la teoría científica comúnmente aceptada, dando lugar a las estrellas, galaxias, planetas, entre ellos la Tierra, ocurrió por azar? ¿Que los elementos se combinaron luego creando estructuras cada vez más complejas, de repente biológicas, que a su vez se fueron complicando hasta dar lugar por casualidad al primer ser vivo unicelular, que a su vez fue evolucionando de modo que no conocemos aún demasiado bien hasta llegar a un ser vivo inteligente, capaz de tomar conciencia de sí mismo, y hacerse estas preguntas, por azar? ¿Todo de chiripa? Caramba, tiene usted más suerte que aquel político a quien le tocaba continuamente la lotería. Ahora repítame que la postura racional es esta de creer en el azar. No hay más preguntas, Señoría.

Ah, sí, hay una. Y si no es por azar, ¿entonces por qué? Pues mire, yo vuelvo de nuevo a nuestras raíces: estoy seguro de que está todo en orden, porque “hasta vuestros cabellos están todos contados” (Mateo 10, 30). Dios escribe la mejor historia jamás contada, con el concurso de nuestra libertad. Y si ha creado estas maravillas, qué no hará en la nueva creación, cuando la libre de toda corrupción.

Y si España ha de repetir elecciones y no nos libramos del Presidente en funciones (disfuncional, en genial expresión de Santiago González), no nos amarguemos. Como escribió San Pablo, Dios dispone todo para el bien de los que le aman. Todo es para bien, hasta el Dr. Sánchez. Es una ocasión para oponernos a tantas maldades que impulsa, empezando por esa visión materialista de la vida que lleva la eutanasia por mascarón de proa.

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