Cambio de época

Es una afirmación generalizada que estos tiempos contemplan un cambio de época, tanto en nuestro país, como en gran parte del resto del mundo occidental. El oriental, a pesar del petróleo, sigue gustando de las mieles de la edad media tan recordada por los Califatos. Y ese cambio puede concretarse en el paso de aquel “Es la economía, estúpido”, de 1992, al actual “Son las emociones, imbécil”.

Ahora ya no importa la ideología política, mutante cual virus según las situaciones y, por encima de todo, los cargos. Atrás han quedado los triples SMI como tope salarial o los doce años como plazo de perduración en los cargos. Tampoco el no pactar jamás con independentistas, separatistas o etarras. Todo ello ya es historia, la cual ha dado paso al escenario de las emociones, de las conmociones, de los ensoñamientos desde el poder. El poder es lo único importante y el que no juega en ese campo es el imbécil de turno, absolutamente acoquinado por la oligarquía y nepotismo que se está implantado.

Oligarquía que está repleta de lucha por la judicatura y la fiscalía, por la dominación mediática, por la imposición de fiscalidad a la contra, por la apropiación exclusiva de la opinión ciudadana. Ya no les es suficiente gestionar miles de millones de euros; ahora hay que agenciarse las emociones, las sensaciones y los placeres de la gente, sin posibilidad de desafección a ese régimen oligárquico. Estamos pasando de ser “gente” a ser “siervos”, mientras ellos de “casta” se han trasformado en “dueños de la democracia”.

Mientras el T.C. absuelve a Strawberry en base a la libertad de expresión, la nueva inquisición “feme”, con el apoyo mediático progresista y el apocamiento del enriquecido empresario, se condena al ostracismo lirico a Domingo, sin juicio alguno, sin condena alguna. Es el ejercicio del linchamiento desde el teclado, el micro y el plasma, con el griterío despectivo para el osado que se atreve a poner en duda el derecho del rapero o del provocador, supuesto actor, a expresarse en términos como mínimo soeces. Ese ingenuo caerá en el abismo del fascismo si, en contraposición, osa referirse a la ley, a la justicia, o si, en su osadía, se atreve a alabar los pantanos que nos nutren de energía.

La ley ha caído en desuso para dejar paso al linchamiento, contra el cual la división de poderes no tiene cabida, pues, un ente ignoto, con los voceros mediáticos pertinentes, está fijando, no el bien o el mal, sino lo correcto o incorrecto políticamente. Y en ese silencio impuesto se incluye hasta el lamento por la pérdida de la soberanía popular que está siendo hurtada, o mejor, robada a punta de diálogo y mesa de cambalache. Están convirtiendo el palacio en templo de Salomón en donde los actuales cambistas mercadean sillas por votos. Sillas para inhabilitados, procesados, a cambio de una cifra. Poco importa el medio si se logra el fin. Y quien no lo entienda así, alcanza a escuchar el grito que surge de ese misterioso ente: “Es el poder, imbécil”.

Ya no hay que confrontar cuestiones espinosas, como la educación de los hijos, ya no hay que discutir sobre principios, ya no hay que mirar al futuro. No permitida la puesta en duda de la voz del poder, solamente cabe aceptar el relativismo que implica el instante que se está viviendo. El futuro no existe, pues lo importante es el presente. Mañana no será nuestro, lo nuestro es el bienestar presente. Es el imperio del silenciamiento del debate sobre la sanidad, sobre las pensiones, sobre la educación, sobre el trabajo, sobre la justicia, sobre la despoblación, sobre las relaciones personales, sobre la corrupción, sobre el nepotismo. Todo está incluido en el control desde el poder por el nuevo político oligarca, cambiante a conveniencia de su bolsillo y de su estrenado estatus de vida.

Y para alcanzar la gran meta, la perpetuación del único dueño y señor de la Democracia, es preciso que la “gente” permanezca en el adormecimiento doctrinario. Somos el producto de gobiernos mediocres, de gobernantes ambiciosos, de periodistas amaestrados, de directivos con aspiración al enriquecimiento, de gurús repletos de dogmatismo personal, para vivir en una sociedad amansada, impersonal, adormecida e indiferente a todo cuanto pudiera sacarla de su absoluta entrega al oligarca, rodeado de un nepotismo escandaloso. Circunstancias todas ellas que de darse en la maléfica “derecha” provocarían la salida a la calle de toda la progresía habida y por haber, fuese del color que fuese. A buenas horas coloca Rajoy a su esposa de bedel en un ministerio y sale vivo de la Moncloa.

Por tales relatos, recordar los versos de Góngora no es superfluo; “Traten otros del gobierno/del mundo y sus monarquías,/mientras gobiernan mis días/mantequillas y pan tierno,/y las mañanas de invierno/naranjada y aguardiente”.

Quizás, sin darnos cuenta, estamos haciendo dejadez de nuestras esencias para dejarlas en manos de codiciosos personajes que han hecho de la política no un servicio sino un oficio, desde el cual robarnos nuestra soberanía para imponernos sus dogmas. Nos han dejado, simplemente, las emociones del tapeo, del futbol, del miedo. Seguramente el mundo futuro será más verde, lo que es dudoso es que sea más libre si no despertamos de esta pesadilla, dejando de lado mantequillas y panes tiernos.

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