La actualidad manda. La presidenta Armengol ha remodelado su gabinete y hay que hablar de ello. Una jugada inteligente, encontrando el momento oportuno, copando los titulares de los periódicos, pocos, que quedan en Baleares. Blindaje político, atrincheramiento, fortificación, debilitamiento de sus socios de gobierno, preparación de la campaña electoral en 2023… Y aún más: Armengol coloca un peón importante en un ministerio de Madrid, refuerza su grupo parlamentario, recupera la iniciativa… Cada día más gente se pregunta por la distancia sideral que separa la política de la realidad cotidiana. Si quieren encontrar respuestas nos encontramos ante un ejemplo perfecto.
Armengol anuncia su remodelación el día previsto para arrancar una campaña en favor del turismo en nuestra comunidad. Se trataba de desplegar cientos de pancartas gigantescas con una llamada urgente par salvar nuestra principal industria. La campaña obtiene una enorme repercusión en medios especializados y también en el extranjero, pero aquí estamos ocupados de los consellers que entran, de los que salen, de las consecuencias de esos cambios, de sus repercusiones internas, de las externas, de los políticos que salen más fuertes, de los defenestrados, de los equilibrios en la coalición que gobierna, de las reacciones de la oposición, y tal y tal.
No digo yo que estos no sean temas de extraordinario interés para el centenar de frikis que sea por trabajo o sea por vicio seguimos de cerca la actualidad política, leemos a diario varios periódicos locales, nacionales e internacionales, vemos informativos y escuchamos tertulias políticas. Pero yo me pregunto cuántos ciudadanos de Baleares serían capaces de poner nombre al último conseller de Mobilitat, o a la portavoz del Govern, ambos sustituidos, y probablemente quepan todos en la sala de prensa del Consolat.
Mientras tanto seguimos en casa viendo Netflix y chateando, con parte del comercio y toda la restauración cerrada. El virus no encuentra dónde agarrarse y el número de infectados desciende a toda velocidad en las últimas semanas. Gracias a ello Balears es la tercera comunidad autónoma con el índice de contagios más bajo, tras Canarias y Cantabria. Ello no es óbice para que aquí se mantengan unas restricciones a la actividad económica de las más severas en todo el país.
El cálculo es obvio. Febrero es un mes malo, de baja facturación, así que mejor aguantar un poco más los cierres para mejorar todo lo que se pueda la situación sanitaria. Tiene lógica, y seguramente es los que transmiten al Govern los grandes empresarios, incluso los medianos, que solo entran en pánico pensando en otro verano sin turistas.
Sucede que hay gente que necesita poner doscientos cafés al día y cincuenta pambolis, para poder pagar un pequeño alquiler, los impuestos y que les quede algo para ir al súper a comprar comida. Estos hoy ni siquiera necesitan que llegue un aluvión de turistas. Son negocios de proximidad, con clientes del barrio que mueven una microeconomía de servicios imprescindible para miles de familias. Esto no sucede en esta proporción en Stuttgart, ni en Helsinki. Tampoco en los pueblos pequeños de Alemania o Finlandia. Sucede en Palma y en los pueblos de Mallorca.
Cuando los talibanes de la salud pública -quién se atrevería a cuestionar la salud de los ciudadanos en mitad de una pandemia- ponen a parir a los dirigentes políticos que tratan de equilibrar las restricciones de la actividad económica, aún asumiendo riesgos, dibujan de ellos un perfil inhumano, cruel, insensible a la enfermedad y al dolor de los que han perdido a seres queridos. Es un discurso cómodo mientras se siga cobrando una nómina, o de un ERTE. Los hay que no tienen esa suerte, y están tan desesperados que les preocupa más comer hoy que enfermar mañana. A estos no les queda tiempo para seguir las crisis de gobierno, ni les afectan las cortinas de humo. Los muy egoístas están a lo suyo: que les permitan ganarse el pan sin pedir limosna al Govern, ni al viejo ni al nuevo.