Después del primer partido del Mallorca en pretemporada me permití ignorar el resultado y el juego, actitud que no pienso cambiar tras el segundo, pese a la derrota severa, ni con el tercero, el próximo domingo. Debo insistir en mi recomendación de no valorar ningún aspecto deportivo de la concentración en Holanda o, en todo caso, simplemente destacar si la organización es correcta o no que parece serlo sobre todo en comparación con la del año pasado, con los jugadores pagándose el agua mineral y Michael Blum de maestro de ceremonias. Al menos ahora se guardan las formas. Vamos a esperar el comienzo de la liga, donde los primeros puntos suman tanto como los últimos y, más aún, que hayan transcurrido doce o trece partidos antes de emitir un juicio crítico tanto en positivo como en negativo.
Al leer, escuchar o ver, en el caso de la televisión, las opiniones de los futbolistas de cualquier equipo, nadie se debe pasmar por la coincidencia, nada extraña, de casi todos ellos, independientemente del equipo al que pertenezcan. Todos apelan al objetivo, la aportación de los refuerzos, lo mucho que hay que mejorar, la intensidad con la que van a competir, lo bien que se preparan y les entrenan y así un montón de declaraciones gemelas. Tampoco tienen ningún valor, aunque hay que entender que cada jugador puede verse en la obligación de atender a los medios unas diez veces a lo largo de las cuarenta y dos jornadas de la competición, ochenta y cuatro en el caso del técnico sin contar la Copa del Rey. A trescientas entrevistas por campaña, sin contar las de julio y agosto, no hay respuesta que se salve, ni pregunta original. No es que ya esté todo inventado, sino que hay quien se lo inventa todo. Como recientemente ha afirmado José María García: “ya no perseguimos la noticia, sino el circo”.
