Si, ocupar transitoriamente una plaza de descenso a Segunda B en la décimo séptima jornada no permite respirar optimismo, pero tampoco hay que flagelarse. Sin embargo diecisiete semanas con sus correspondiente cien días y pico, constituyen base suficiente para profundizar no en las vicisitudes de un único partido, sino en las verdaderas causas de la situación más allá de la visión provinciana e interesada de quienes nos acusaban de aguafiestas, por decirlo suavemente.
A estas alturas aún incipientes de la competición es imposible adivinar cuáles son el suelo y el techo de este equipo. En realidad nos debería preocupar poco de no ser porque ya hemos advertido que lo inquietante no es que la plantilla baje de categoría, ni su limitado nivel, sino la estructura caótica y presidencialista del club, abocado como institución a un descrédito creciente del que, aparte los dueños, son responsables muchos que presumen de mallorquinismo y no hacen más que velar por su interés personal, sea crematístico o vanidoso.
La penúltima barrabasada, repito que amparada por quienes callan y asienten, descubierta por los compañeros de El Mundo de Baleares, fue la carta remitida a los acreedores ordinarios del Real Mallorca SAD, instándoles a una quita del cuarenta por ciento de la deuda pendiente con el anzuelo de cobrar antes de que termine este 2015. Una propuesta mercantil absolutamente legal, en la misma medida que una falta de respeto y consideración singulares. No sólo eso, sino un acusado contraste con el pomposo anuncio de una ampliación de capital por un importe de veinte millones, cuyas condiciones se mantienen en el más alto secreto.
En efecto la derrota del sábado en el Heliodoro Rodríguez López y el triunfo del Huesca en Almería ayer por la tarde, devuelven a los Gálvez al furgón de cola subrayado en rojo, pero es el mismo vagón en el que hace tiempo que viaja el club, con todas sus consecuencias.
