Unos días después de decretar la emergencia sanitaria, un alto funcionario de la OMS ha declarado que los países desarrollados estamos infravalorando la peligrosidad de la actual epidemia. Es muy probable que tenga razón, pero la propia OMS ha contribuido a ello al tardar medio año en la declaración de emergencia.
Las decisiones que van adoptando los países y la propia OMS dejan una preocupante impresión de descoordinación e improvisación. Hace apenas unas semanas la OMS negaba la posibilidad de enviar un tratamiento experimental a los países africanos afectados. Ahora, después de que dicho tratamiento se haya administrado a dos ciudadanos estadounidenses y al ciudadano español repatriados en aviones especiales, bajo medidas extremas de seguridad e ingresados en hospitales cerrados en exclusiva para ellos, la propia OMS ha aceptado que Canadá envíe a África hasta mil dosis del fármaco experimental, que aun no ha sido sometido a los preceptivos ensayos clínicos en pacientes humanos y del que solo hay datos de su eficacia en ensayos con primates no humanos. En el caso del religioso español el tratamiento no ha podido evitar su fallecimiento, pero sí parece que está teniendo cierta eficacia en los dos ciudadanos de Estados Unidos. En los ensayos con macacos se observó que el fármaco era tanto más eficaz cuanto más temprana era su administración tras la infección con el virus, lo que podría haber influido en el caso del paciente español, al que se le administró mucho más tarde, aparte de que se trataba de una persona mayor con importantes patologías previas.
No sabemos si el fármaco se enviará a un solo país, como se había dicho en un principio, o a todos los afectados. Tampoco sabemos si se destinará solo al personal sanitario, que está sufriendo una auténtica mortandad al contagiarse por el contacto con los pacientes, o a todos cuantos se infecten. Mil dosis no dan para mucho en el contexto actual de la epidemia.
También parece haber descoordinación e improvisación en el tema de los viajes. Si bien la OMS sigue insistiendo en que no hay motivos suficientes para prohibir los viajes a los países afectados y, menos aun, el comercio con ellos, lo cierto es que la mayoría de los países europeos y americanos están recomendando no viajar si no es estrictamente necesario, incluso no viajar bajo ningún concepto.
Los países limítrofes están empezando a tomar medidas unilaterales de cierre de fronteras que, teniendo en cuenta la geografía, la física y la humana, serán con toda probabilidad perfectamente inútiles. Guinea-Bisáu, por ejemplo, acaba de decretar el cierre de fronteras con Guinea-Conakry, pero ello difícilmente podrá contener el flujo natural de la población entre ambos países.
También los países europeos , americanos y algunos africanos como Kenia, hemos empezado a establecer controles en los aeropuertos, con la consiguiente alarma para los ciudadanos. Y no contribuyen a tranquilizar los ánimos espectáculos como el del hospital de Alicante de la semana pasada, con un ala entera, al parecer cerrada por las restricciones estivales, dedicada al aislamiento de una única persona procedente de Nigeria con síntomas compatibles con infección de Ébola y una acompañante que no tenía síntomas. Suponemos que debe haber protocolos establecidos por el ministerio y las comunidades autónomas para actuar en caso de sospecha, tanto para la detección, como para el traslado allí donde esté previsto que queden ingresados y aislados, pero no los conocemos. Al menos en el hospital de Inca, yo que soy microbiólogo, a catorce de agosto de 2014, jueves, no he recibido ningún comunicado de ninguna autoridad sanitaria con los pertinentes protocolos de actuación ante la sospecha de un caso de Ébola.
Todo parece indicar que se está actuando con improvisación, sin planes definidos ni coordinación, a remolque de los acontecimientos y con una cierta desidia. Tal parece que el portavoz de la OMS tiene razón, que los países y las instituciones occidentales no nos estamos tomando demasiado en serio el actual brote de Ébola y estamos reaccionando con cierta indolencia y displicencia. Si la epidemia, que ya es una emergencia sanitaria de primer orden, da el salto a Senegal o a Mali, o a los dos, se convertirá en una amenaza de alto riesgo y entonces todos correremos. Y no digamos si aparece un caso en algún país europeo.