La celebración del centenario de la fundación del Real Mallorca no podía salir nunca bien y Toni Tugores, delegado de campo y cabeza visible del comité organizador, lo sabía. A la tarta le faltaba la guinda y fueron a ponérsela en plena plaza de San Pedro, en Roma, con la payasada de una audiencia papal que pueden ustedes conseguir cuando quieran e incluso, mediante limosna, en puesto preferente. Mientras desde el club se advertía que no habría fotos ni información, -¡cómo iba a haberla!-, Molango y su cuadrilla no cesaban de enviar fotos desde las calles de Roma procurando, eso si, que se viera bien el Vaticano. No se puede engañar a todos durante todo el tiempo, dicho quede para no escribir el modismo entero.
Los actos han sido un fracaso rotundo porque no se pueden programar y mucho menos anunciar eventos bajo censura, alguno de los cuales ni siquiera se ha llevado a cabo. Utz Claassen seleccionó cuidadosamente a las personas que sabía pasarían por su cedazo sin rechistar, como Tugores –siempre con una vela a dios y otra al diablo-, y celoso guardián de que se cumplieran sus objetivos: hacerle aparecer como el gran salvador del club, en lugar de quien ha contribuido, como hizo con el Hannover, casi a hundirlo. Siempre será el presidente de los cien años, con la colaboración de quienes se lo han consentido. Además del homenaje que se hizo organizar en el Teatro Principal, la fiesta se ha reducido al estreno y proclamación de un himno aburrido y nada motivador, un libro previamente corregido y una película aún por estrenar, al margen de saraos de poca monta. Han vivido del documental que IB3 gestó durante meses por iniciativa propia, incluso antes de que siquiera se hablara de este siglo de historia cuyas últimas páginas formarán parte de los capítulos más negros de la misma, que no son pocos.
Molango y Monti Galmés han quedado retratados a orillas del Tíber, si; pero Tugores, Reynés, Llabrés y Julián Mir, también. Otros no ha salido en la foto, lo cual no les exime de responsabilidad.
