El Club, peor que el equipo

En su colección de novelas de ficción histórica, Outlander, la escritora Diana Gabaldón pone en boca de uno de sus personajes esta definición de locura: “consiste en repetir siempre las mismas cosas, esperando que el resultado sea diferente”. De aceptar este significado tendríamos que concluir que el mundo está lleno de locos, aunque en este caso prefiero particularmente plasmar la idea de terquedad, no tan alejada de la demencia como el odio no anda lejos del amor. Por otra parte, el enajenado puede no darse cuenta de su insensatez; en cambio el terco lo es con alevosía y plena consciencia, igual que la mayoría de ignorantes.

Uno de mis maestros en periodismo, reconozco a tres de ellos y a otros discípulos igual que yo pero mejores, me enseñó que no hay que ir a favor ni en contra de la corriente, sino anticiparse a ella. Dejarse empujar río arriba o que te lleve la riada hacia abajo no tiene ni secreto ni mérito. Por eso lamento que el Mallorca se arrime a la desembocadura que era de esperar de la mano de unos gestores inoperantes, un entrenador de los peores que han pasado por el club en esos cien años de historia celebrados antes de hora y una plantilla mediocre hasta más no poder en cuyo descargo cabe afirmar que resulta difícil tener fe en quienes han planificado tan pésimamente el futuro del club y que ni siquiera tienen la compostura de guardar silencio. Un conjunto de aprovechados a sueldo que han explotado la habilidad de haber adivinado las debilidades de Utz Claassen y sus secuaces.

Lo siento por Robert Sarver, al que han engañado, y por el mallorquinismo serio y responsable, no el sumiso encabezado por Toni Tugores y Rosa Planas, directamente culpables aunque no solos, de amparar la sin razón y permitir la destrucción del club que tanto presumen de amar. No sé a qué ha venido aquí Andy Kohlberg, si a visitar la villa donde nació Fray Junípero Serra o la Escuela Rafa Nadal de Manacor. Todo lo que no sea meter la excavadora y desalojar a tanto impostor, será por su parte una total pérdida de tiempo previa a la del dinero, porque en la tesitura actual es más preocupante el porvenir de la entidad, que el del equipo. Y, recuerden, nadie escapa de la responsabilidad de sus actos, ni de la esclavitud de sus palabras.

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