Tenía la intención de no escribir sobre el discurso que, por un motivo puramente mediático, pronunció ayer la presidenta del Consell de Mallorca, Francina Armengol: una institución irrelevante no merece comentarios. Pero he cambiado de opinión porque la presidenta ha hecho un llamamiento dirigido a quienes fruncimos el ceño al considerar la existencia de este organismo, pidiendo que seamos fieles a la institución. O sea, que quienes no entendemos para qué queremos esta diputación inservible venimos a ser infieles, cosa que no me habían llamado hace mucho tiempo. A ver, yo pienso que el Consell no sirve para nada y que no merece la fidelidad de nadie. Si por fidelidad entendemos admirar, seguir, respetar, apúntenme en la lista de infieles. ¿Fidelidad a la institución que compraba los votos de los sudamericanos? ¿Respeto por quien pagaba dos veces la recogida de las basuras? ¿Admiración con quien protagonizó el escándalo judicial de la carretera de Manacor? ¿Con quien utilizó su televisión para comprar voluntades? ¿Con la institución que ha albergado muchos acusados y algún condenado por corrupción? Armengol habló de que el Consell es parte del modelo de país (¿Modelo? ¿País? ¿Y ella la presidenta de eso?) y añadió “que no se juegue de manera partidista con los fundamentos de nuestro pueblo”. Quiero pensar que el Consell, en cuyo seno se han perpetrado delitos de todo tipo, de los cuales hemos visto en los juzgados unos pocos casos, no es fundamento de nuestro pueblo, porque si lo fuera, esto podría acabar como Alcatraz. Yo comprendo perfectamente que todos los partidos políticos sean fieles al Consell, porque de allí salen muchas nóminas y eso es bueno para los beneficiarios. Pero afirmar que quienes criticamos dentro de los cauces democráticos una institución seamos infieles es un disparate. Eliminar el Consell es una medida sanitaria para defender la mejor gestión del dinero público, lo cual a su vez es defender una democracia más sana y viable.
