Ahora que el optimismo se desborda ante lo que pueda suceder en las vacaciones de Semana Santa no hay como advertir de los peligros del “overbooking”. No es extraño, el que viene de una larga travesía por el desierto termina por darse a los espejismos. Lanzar mensajes de advertencia sobre lo saturada que puede llegar a estar la oferta hotelera, y tonto el que quiera perderse una juerga semejante (mensaje subliminal), es una publicidad insuperable. No muy sofisticada, pero eficaz en la elemental tarea de atraer moscas a la miel. Y en el fondo el turismo no es otra cosa, como no se cansan de repetirnos los catedráticos en la materia. Debería utilizarse el mismo paripé para estimular el históricamente bajo nivel de voto: insistir lo suficiente en la necesidad de acudir ordenadamente a los colegios electorales para evitar aglomeraciones y luego dejar que funcione aquello de que donde va Vicente, va la gente. Et voilà: las aglomeraciones estarían aseguradas. Porque las previsiones turísticas pueden fallar, sobre todo en esta agotadora salida de la crisis donde nada es lo que parece, pero el refranero no falla jamás. Al fin y al cabo la imagen turística no se perjudica con facilidad y la de España está hecha a prueba de controladores aéreos, que es como decir a prueba de bombas. El futuro conseller de Turismo Estaría bien que tras el 22-M el nuevo conseller de la cosa fuera un experto en turismo y con buenas relaciones en el sector. Un perfil del que han carecido todos los consellers de turismo de la democracia excepto el primero, Jaume Cladera, allá por los años 80. Baleares debería tomar ejemplo de Canarias, con un viceconsejero que fue durante una década gerente de la patronal hotelera de Tenerife, La Palma, Gomera y Hierro; y su antecesora, una experta en turismo por formación y experiencia. O de Cataluña, con un catedrático de Economía especializado en temas turísticos al frente del departamento y una directora general que procede de las agencias de viajes. En definitiva, menos políticos y más técnicos.





