Me río de quienes critican a los hoteleros mallorquines acusándoles de llevarse el negocio al Caribe en lugar de reinvertir en casa. Y lo hago porque los mismos que, muchas veces a lomos del análisis fácil y la demagogia, miran mal a la clase gracias a la cual se generó en Baleares una riqueza desconocida, son quienes no pían después de haber entregado al Real Mallorca, su club más emblemático, a unos señores americanos que, en el mejor de los casos, se dedicarán a especular con él.
No no engañemos más. En efecto el Mallorca, por mucho que haya caído en manos lejanas, privadas y ajenas, es la única institución insular capaz de aunar las voluntades de diez mil almas en el peor de los casos y de veinte mil si vinieran mejor dadas. El hecho de que hablemos de una empresa dedicada al deporte, no resta nada de su carácter social ya centenario. Y añadamos un hecho clarísimo porque mientras la industria hotelera se mantiene en manos de empresarios locales, la SAD se ha tenido que rendir al capital extranjero.
Por supuesto que cualquiera de ellos, individualmente o asociados, podrían gestionar perfectamente el club. Una solución tan sencilla como contratar a un profesional al que, como en cada uno de sus hoteles, exigir cuentas y resultados al final de cada ejercicio. Pero tampoco les podemos culpar por ello. Alguno lo intentó en el pasado, Gabriel Barceló, y salió mal parado. Otros aportaron quinientos mil euros a fondo perdido que, en efecto, se perdieron. Y, finalmente, cada vez que algún mallorquín ha dado un paso al frente ha encontrado la mayor oposición más cerca que lejos, en los medios de comunicación más próximos y con campañas teledirigidas rayanas en el insulto. Somos bastante desagradecidos.
Hasta Mateu Alemany, para algunos paradigma de buen gestor, terminó saliendo malparado después de Vicenç Grande y antes de Jaume Cladera o Serra Ferrer. Nada nuevo bajo el sol, porque el mismísimo Jaume Rosselló artífice, con José María Lafuente López, del ascenso de 1960 y la profesionalización del club, tuvo que marcharse harto de calumnias y broncas. Decididamente tenemos lo que nos merecemos.