Una patera en las costas de Cabrera nos sirve de alerta de que, pese a nuestras quejas, pese a nuestro retroceso, pese a que tenemos más que sobrados motivos para quejarnos, hay quienes están tanto peor que hasta les vale la pena arriesgar sus vidas para poder tener nuestros horizontes truncados, como diríamos aquí. El drama de muchos países africanos, a los que hemos dejado abandonados a su suerte, es de tales dimensiones que simplemente la gente sale huyendo. Y no salen huyendo los marginados, que estos también allí carecen de horizonte, sino los que tienen un mínimo de fuerza mental, de recursos, de empuje para no quedarse anclados allí. Tras años de megacumbres de políticos charlatanes, hoy seguimos donde estábamos hace varias décadas: países sin futuro, explotados por sus élites internas, arrasados por la pobreza y los abusos, y donde Occidente interviene sólo cuando está en juego el petróleo. Si no, a emigrar en patera.
