El rey negro

Han pasado más de tres meses desde que se inició la suspensión cautelar dictada por Podemos contra la presidenta del Parlament, que desembocó en la expulsión de Xelo Huertas de la formación morada y que ahora la diputada pretende revocar ante la justicia ordinaria.

Que se esclarezca si su conducta era reprobable (fue tachada de “corrupción por amaño de un contrato”) o que fuera solo la defensa de un compañero al que se le vetaba por rebelarse contra la discrecionalidad del Govern, es importante para dilucidar la transparencia real y la coherencia esgrimida por los partidos que firmaron los Acuerdos del Cambio. También es de recibo que se desvele con nitidez por qué tres diputados que anuncian su voto contrario a los presupuestos aduciendo el mismo motivo, reciben trato diferente, siendo defenestradas ambas y el tercero elevado a la presidencia del legislativo autonómico. Pero mucho más importante aún es anticiparse a las consecuencias que se avecinan, tras la rendición de PSIB y MÉS al ultimátum lanzado por Alberto Jarabo, en favor de Baltasar Picornell.

La profesión, ideología y, menos aún, su estética, deberían ser una cortapisa para las aspiraciones de un mandatario elegido democráticamente, si respeta el papel institucional que debe desempeñar. Lo que clama al cielo es que a estas alturas ningún grupo político, de la oposición o en la órbita progresista, haya planteado la remodelación de un Reglamento de la Cámara que condicionará su presidencia en adelante. Porque el nuevo miembro de la Mesa habrá tenido tiempo de conocer cómo se traduce la cultura estalinista en la bancada de la izquierda, cuando alguien se atreve a cuestionar a la cúpula de la formación que le presenta. Además, ya sabe que su inviolabilidad solo la puede quebrar su propio grupo parlamentario, por lo que ha de tenerlos satisfechos, pues nadie más podrá evitar que finalice la IX legislatura como segunda autoridad balear.

El artículo 39C, que marca el cese como miembro de la Mesa a quien deja de pertenecer a su Grupo, ha sido tachado reiteradamente de arbitrario e inconstitucional. El hecho de que se vaya a cerrar en falso la crisis más grave que ha sufrido el Parlament desde la aprobación del Estatut de 1983 no debe hacernos olvidar que este suceso no puede repetirse. No basta con que se le exija a Podemos que, ante un nuevo episodio como el vivido, renuncie a la cuota de poder que se repartieron para aglutinar sus minorías, porque mientras tanto se deja solo en sus manos el blindaje de un cargo que, no solo ostenta la representación unipersonal del Parlamento. La presidencia asegura la buena marcha de los trabajos, dirige y coordina la acción de la Mesa, asumiendo la dirección y el orden de los debates; además de que le corresponde cumplir y hacer cumplir el Reglamento, interpretarlo o suplirlo. En su corta estancia, Vicenç Thomàs ha demostrado su decisivo papel para el mantenimiento del respeto y equilibrio que deben imperar en el hemiciclo o cuán irrespirable puede volverse la convivencia política.

El Parlament Balear no puede quedar al albur de quien se sirva de una forzada interpretación de la literalidad reglamentaria para sesgar la imparcialidad que se presume al encabezarlo. No se puede repetir que un contenido redactado “ad hoc” en 2011, siga marcando la agenda parlamentaria y la independencia de poderes. Es inadmisible que sea precisa la mayoría absoluta de las Cortes para autorizar el suplicatorio de uno de sus aforados y baste con tres diputados insulares para desterrar un miembro de la Mesa autonómica, sea quien fuese.

Si se precisa una mayoría absoluta de la Cámara para decidir la presidencia, en ningún caso debería ser un número menor de diputados quien la ponga en peligro y, nunca, a propuesta del grupo al que esté adscrito. Muchos escaños del antiguo Círculo Mallorquín los ocupa el fruto de la improvisación y falta de celo en el cuidado del sistema democrático, con el que los grandes partidos han desarrollado nuestro régimen de libertades. Sería paradójico que la constatación de un craso error quede en agua de borrajas, tanto como que un profundo republicano tenga nombre de Rey Mago.

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