Feminismo selectivo

Soy padre de tres hijas y empleador de trece mujeres. Creo en su absoluta igualdad y en su enorme valía -en muchos aspectos superior a la de los hombres- para desempeñar toda clase de labores. Algo que puede comprobarse en las actuales oposiciones a jueces, fiscales, abogados del estado, notarios o registradores, por hablar de materias cercanas a mi actividad profesional, en las que aprueban más chicas que varones. He facilitado siempre, con más generosidad de la exigida por la legislación laboral, la conciliación de la vida personal y familiar de mis empleadas. Conozco sus enormes cualidades en cuestiones familiares, afectivas y emocionales. Y, a pesar de todo ello, no consigo comprender al feminismo contemporáneo.

Hacer la vista gorda ante los abusos sexuales a menores tuteladas por el Govern balear durante el mandato de Francina Armengol; callar ante la esclavización de las mujeres que promueve el islamismo radical (Francia, Bélgica, Austria, Dinamarca, Bulgaria o Países Bajos ya prohíben, con matices diferentes, que las mujeres vayan cubiertas con velo en espacios públicos); no protestar ante los disparates de las dirigentes de Podemos en el Ministerio de Igualdad con la Ley del “solo sí es sí” (suelta masiva de abusadores sexuales a la calle) o el cambio de las pulseras israelíes a otras chinas inoperativas que colocaban a los maltratadores; mirar hacia otro lado ante el putiferio y el lenguaje degradante que manejaban Ábalos, Cerdán y Koldo; o sorprendernos con un estruendoso silencio ante la concesión del premio Nobel de la paz a la heroína venezolana María Corina Machado, o ante la nueva “manada” de violadores en Pamplona (ahora 4 magrebís en lugar de 5 sevillanos) son acciones u omisiones injustificables para unas supuestas defensoras de la “igualdad de la mujer”. Y revelan la tendenciosidad subyacente en el argumentario del movimiento feminista, pues nunca las acaban defendiendo a “todas”.

En un plano menos político y bastante más personal, resulta llamativo cómo el feminismo actual coloca el foco principal en temas como el aborto o la liberación sexual despreciando otros tan importantes como las ayudas a la maternidad o a la familia, esenciales en una sociedad que sufre una gravísima crisis demográfica que pondrá en peligro nuestros sistemas de protección social. O cómo difunde una distorsionada visión del varón como enemigo a combatir antes que como un amigable compañero de vida. Solo cabe preguntarse con qué clase de energúmenos se relacionan ciertas mujeres para tener un concepto tan patético del género masculino. Si nos centramos en las feministas de Podemos, emparejándose con machirulos tipo Iglesias, Monedero o Errejón no sorprende a nadie que odien profundamente al varón. Algo parecido sucederá con las chicas pastoreadas por garrulos como Koldo, Cerdán o Ábalos ese que, entre embestidas a Jéssica, Andrea, Michelle o Anaís a base de viagra, chistorras y paradores, presumía de que “soy feminista porque soy socialista”.

Ha publicado recientemente El Español que Martiño Ramos Soto, maestro infantil ex líder orensano de En Marea (coalición de Podemos, Izquierda Unida y otras fuerzas nacionalistas gallegas), está en busca y captura tras ser condenado por el Tribunal Supremo a 13 años de prisión por violar de forma sádica (le daba puñetazos) y sistemática, desde los 12 años hasta los 16, a una alumna del centro donde impartía clases de música. Llevo días buscando infructuosamente referencias destacadas en los medios de izquierdas, o reacciones del sensible mundo feminista ante las salvajadas de este hijo de la gran fruta.

Un movimiento social que solo denuncia algunas discriminaciones de la mujer e ignora selectivamente otras por condicionantes ideológicos nunca puede reclamar del gran público respeto ni credibilidad.