Gastronomía y política

Puede la gastronomía contribuir a la resolución de conflictos políticos? Es posible que compartir mesa haga que dos (o más) políticos estén más dispuestos a llegar a acuerdos? Yo creo que sí, y además creo que es urgente que lo hagan, por ejemplo el presidente Pedro Sánchez y el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo.

Propongo que en una primera comida estén ellos dos y, cuando hayan llegado a algunos acuerdos de estado, organicen a un segundo ágape a otros líderes políticos que tengan buena predisposición para el diálogo y el acuerdo.

Todo esto viene a cuento de la situación política actual, en la que prima el frentismo (o estás conmigo a contra mí), lo de las dos Españas, un lenguaje de confrontación, de posicionamientos radicales, resucitando términos como facha, comunista, golpista, en su sentido más negativo, que habían desaparecido del lenguaje político en nuestro país.

En mi opinión, y sin entrar en detalles ni en disquisiciones ideológicas, España necesita una nueva transición. Los acuerdos y el entramado institucional de finales de los años 70 han funcionado, pero después de 40 años se necesita un nuevo acuerdo de amplio espectro para afrontar los próximos 40, y esto requiere voluntad política, sobretodo de los dos grandes partidos, sentido de estado, poco partidismo, altura de miras, y visión de futuro. Probablemente la gastronomía puede contribuir a ello.

Salvando las distancias y haciendo un paralelismo corregido o adaptado, el maravilloso “Festín de Babette”, la película (1987), es un claro ejemplo de como a través de la gastronomía, se fomenta la tolerancia, la empatía, incluso el cariño y el amor entre los comensales.

Ambientada en 1871 en una remota aldea de Dinamarca, dos hermanas, solteras y ancianas, que han recibido una rígida educación, acogen a Babette, una joven parisina que huye de las convulsiones sociales de su país. Babette resulta agraciada con un premio de la lotería y, agradecida por la bondad y la acogida de las dos hermanas, decide destinarlo a organizar una opulenta cena con productos e ingredientes de su país, invitando también a los vecinos del pueblo.

Los vecinos aceptan la invitación, pero se ponen previamente de acuerdo para no dar muestras de una satisfacción que sería pecaminosa. Pero, poco a poco, en un ceremonial intenso y emotivo, van cediendo a los placeres de la cocina francesa.

La media hora que dura la cena es una delicia, a medida que van saboreando los platos del menú su semblante, su rigidez inicial, se transforma, y la secuencia y la escena final son memorables. La comprensión, la apertura de mente, el amor y el perdón están presentes en la película, y esto lo facilita algo en apariencia tan prosaico como una buena cena.

Tienes que verla! Bueno, estaría bien que la vieran Sánchez y Feijoo, y que se sentaran a la mesa, sin reloj, y con un notario si es necesario. Yo lo he hecho (sin notario), con amigos con los que aparentemente me separa un abismo ideológico, pero con una buena comida de por medio esta distancia se acorta de forma muy notable, y somos capaces de ponernos de acuerdo en muchas cosas, aunque no sirva para mucho.

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