Caramba con el mes de agosto. La tradicional sequía informativa de estas fechas llega trufada de momentos dignos de figurar en un sesudo ensayo psiquiátrico y/o farmacológico. Como ya les endiñé un ladrillo al respecto, esta semana me abstengo de continuar con el divertidísimo culebrón de la guerra al turismo de Arran, Endavant y las juventudes hitlerianas del GOB. Solo diré una cosa: estos chavales que no se quieren mezclar con nada foráneo deberían entender que la ociosidad combinada con la consanguinidad y el consumo de porros te acaba volviendo medio lerdo. Nada, que van a acabar como Carlos II, el Hechizado o como esos borbones alelados de los que abominan. Que miren, si no, como Felipe VI ha sido inteligente y perpetúa su estirpe con sangre plebeya. ¡Qué grandes camisas pardas hubieran sido en manos de Ernst Röhm!
Vayamos con cosas serias. El doctor Jan Tesarik, al que no conozco, pero por lo visto controla un huevo —y aquí lo de controlar un huevo no es un detalle menor—, ha dicho que el semen de los maromos de las Islas Baleares está muy mal. El señor ha dedicado su vida a estudiar eso de los espermatozoides y la fertilidad para concluir que tenemos que comer alimentos con más vitamina C y antioxidantes, llevar una vida sana y darla al fornicio con ahínco. Asegura que los hombres que «eyaculan poco» tienen un semen de peor calidad, que el ADN se resiente y que eso es lo que nos pasa a los baleares. Ya saben: o se buscan una parienta o le dan a la manivela, que se nos pone malo el esperma y luego con el ADN defectuoso nos salen niños que en lugar de jugar en el chiquipark se van a poner pegatinas a los coches de alquiler. Los testículos y su contenido son como un tetrabrik de leche en la nevera: una vez abierto, o te le la bebes o se pone agria. Ejerciten las gónadas para que no seamos una especie autóctona más en riesgo de extinción como el ferreret o la cigala mallorquina, un bicho cuya existencia acabo de descubrir y que, por lo visto, se come. Queridas señoras y señoritas que leen estas líneas, colaboren con nosotros: aún podemos evitar un triste final como el del myotragus.
Por cierto, aquel que prefiera aliviarse en compañía masculina es libre de hacerlo. Desde esta columna de opinión no se le dirá a nadie con quien tiene que encamarse y mucho menos si se trata de un pacto entre caballeros.
En estos tiempos de corrección política uno aún se pasma ante el nivel de tontería de algunos políticos. Cierto es que ya nos tienen acostumbrados a sus paridas. Demuestran un talento verniano para alumbrar esperpentos que harían parecer un escritorzuelo de gacetilla a Don Ramón María del Valle-Inclán. El Emakunde, el Emakumearen Euskal Erakunde, que dicho así suena a insulto o cosa fea —disculpen el chiste fácil, a los mallorquines el vascuence nos suena raro como imagino le pasará a una respetable señora de Burgos con el catalán— aunque no es ni más ni menos que el Instituto Vasco de la Mujer, ha tenido a bien currarse una lista de doscientas canciones no sexistas y respetuosas con las mujeres para que suenen en los saraos y fiestas populares. Así que olvídese de El conejo de la Loles, Una vieja y un viejo van p’Albacete, o de gritar a pleno pulmón etílico aquello de «la cabra, la cabra, la puta de la cabra, la madre que la parió, yo tenía una cabra que se llamaba Asunción», todas ellas verdaderos himnos locales de cualquier verbena de farolillos, guirnaldas y botijo de gintónic. Pues no, es usted una mala persona por entonar tan entrañables y tradicionales cantatas. Por segunda vez hoy —no les aseguro que algún día vuelva al tema—, y creo que es ya el segundo amago en esta columna de opinión, me abstengo de presentar mi particular top ten de canciones sexistas y maleducadas de la Historia del Rock, el antídoto infalible a la tontuna del Emakunde. Y cuando digo sexistas, digo machistas y feministas, que de todo hay en el universo eléctrico de la música de Satán.
Y ya que estamos con Satán, pedazo de libro que ha publicado la editorial La Felguera. Por fin editan en español —la primera edición fue limitada a 666 ejemplares encuadernados en piel, ahí es nada— A la guerra con Satán, un compendio de textos y ensayos sobre La Iglesia del Juicio Final, también conocida como el Proceso, uno —si no el que más— de los grupos satánicos más chungos surgidos a finales de la década de los años 60 del pasado siglo y que deja a Anton LaVey como a un niño de teta. Podríamos hablar durante horas de si El Proceso fue o no un movimiento más ecuménico que satánico, de si en realidad influyó en Charles Mason, de si Miles Davis o Mick Jagger se lo tomaron en serio… Pero eso son otras macabras y oscuras historias.





