La generosidad

Cuando Keynes se cayó del atril y creímos que sólo cabía compensar la inflación de costes mediante la economía productiva, orientada a la empresa competitiva, no podíamos prever las consecuencias que depararía el ajuste asimétrico provocado  por el cinturón europeo. El economista británico creyó que inflación y desempleo nunca serían posibles al unísono y que bastaría con mover los impuestos, los tipos de interés, el gasto público y el tipo de cambio para desequilibrar la balanza, estimulando o deprimiendo la demanda global. Lo peor es que, a mediados de los setenta, Friedman sólo resolvió parcialmente el paralelismo entre paro e inflación, porque la posterior pertenencia a la Unión Monetaria Europea no nos iba a dejar libertad a la hora de aplicar políticas estimulantes de la oferta y  la demanda, para no perjudicar los intereses comunes.

Si el Euro compartido no nos permite jugar con la devaluación de la moneda, no hay margen para reducir los tipos de interés, los pactos de estabilidad firmados en Maastricht y los mercados no nos permiten endeudarnos más, para aumentar la inversión pública, ¿qué podemos hacer para reducir el desempleo y la deflación?  La fantástica piedra filosofal se llama “devaluación interna”, pero no sólo no ha conseguido tornar en oro todo lo que toca, sino que ha ahondado en las diferencias sociales a las que se enfrenta nuestra sensible convivencia.

El informe Foessa, presentado esta semana por Cáritas, retrata fielmente cómo el proceso de mejora de la microeconomía, a través de la reducción de salarios, aumento de la productividad e inestabilidad eran la única salida posible, pero gracias a un esfuerzo desigual y unos efectos colaterales al tratamiento de choque que, a quienes lo padecen, les hace dudar de si merecen la pena. Cuando una moneda fluctúa sobre las referentes, pueden derivarse tensiones inflacionistas y levantarse barreras arancelarias, pero todos los conciudadanos comparten el seísmo y los efectos perceptibles en el bolsillo no son tan llamativos. Cuando el movimiento es progresivo y heterogéneo las consecuencias son más prolongadas y se distribuyen de manera irregular. Por eso, se profundiza en la desaparición de la clase media y se alejan los polos de la riqueza familiar. Si son casi tres de cada diez paisanos los que se encuentran en una situación de exclusión moderada o severa, es bastante mayor el porcentaje que ni dispone de ingresos suficientes para cubrir todos los gastos de la casa. Sentirse integrado y participar de la vida pública, con esas referencias, se antoja harto difícil.

Poco o nada pueden hacer los gobiernos responsables, que no lo fíen todo a la diosa fortuna o abusen de la credulidad humana, salvo colaborar en que el enorme sacrificio colectivo al que está sometida la población no se vea agravado por el exhibicionismo, la estulticia o la desvergüenza de la clase política. Somos conscientes de que la limpieza a fondo de nuestro hogar comporta un periodo de caos, hasta que se restituye el orden y se mejora la situación preliminar, pero el tránsito debe ser muy breve para que en el desorden no perdamos de vista el ansiado objetivo de que todos recuperen una mínima calidad de vida.

Mientras los brotes verdes se afianzan en raíces vigorosas, no permitamos que la desconfianza y la insolidaridad medren en el campo abonado del desconcierto, estimulando el instinto de supervivencia. Podemos y debemos exigir a la clase dirigente mayor ética, diligencia y abnegación, pero sin olvidar que parte de la solución está al alcance de nuestra mano, ayudando en el entorno más inmediato a que resurja de las cenizas el que se sienta quemado.

Será bueno disfrutar con las compras navideñas que se avecinan, amén de su benefactor estímulo al crecimiento por la vía del consumo interno, pero dejemos espacio en nuestras previsiones para aquellos que no podrán alcanzar nuestras cotas de bienestar. Todos, en mayor menor medida, somos responsables del desaguisado, pero unos más que otros padecen sus consecuencias y está a nuestro alcance que no odien, además de su penosa situación, a quienes ignoramos que la economía no es una ciencia infalible y que sus errores de cálculo los pagamos los seres humanos.

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