SANIDAD | LA JERINGUILLA

El enfermo en el país de las maravillas

Hace días que me siento un enfermo en el país de las maravillas, viviendo en un mundo utópico y con una sanidad maravillosa, ágil y de calidad, sin nada que perturbe la atención a los enfermos. No hay listas de espera, no hay sanitarios agobiados, no hay falta de medios… No hay nada que nos tenga preocupar. Todo es magnífico. Claro, todo esto es lo que me dicen desde la Conselleria de Salut i Consum, desde donde me mandan cada día mensajes de lo afortunado que soy por poder disfrutar de esta sanidad en la que todo es perfecto. Las inauguraciones se suceden, las fotos de los políticos se multiplican, los actos se repiten una y otra vez y hasta Son Espases se inaugura de tapadillo. Pero, una vez que dejo de leer estas maravillas y me voy a mi centro de salud o acudo al nuevo hospital a visitar a un amigo, todo cambia. Mis ojos no pueden dar crédito a lo que ven y mi mente es incapaz de procesar dos realidades tan diferentes. Resulta que en mi centro de salud han cambiado a todos los médicos. No me pregunten la causa porque la ignoro, ya que sólo se han dignado decirme que ha habido cambios y que ahora, en lugar de mi médico de siempre, ese con el que había establecido una relación muy fluida, especialmente tras mi intervención, hay una doctora (perdonen pero me resisto a llamarla médica, no me gusta, y aunque no tenga el doctorado prefiero esta licencia del lenguaje, aunque aparezcan los talibanes de siempre) a la que no he visto en mi vida, de la que no sé nada y a la que no sé que decir, porque imagino que todo estará en la historia clínica, ese documento digital del que tan contento está nuestro señor conseller, pero que no lo es todo. Lo siento pero añoro esa comunicación que había establecido con mi médico, ese trato humano que me dispensaba y que ahora, fruto de los cambios, ha desaparecido por completo, porque la nueva doctora ni me conoce ni sabe de mis miedos ni de mis heridas del alma. Que le vamos a hacer, es la burocracia, la que no entiende de sentimientos ni de relaciones humanas y que, cuando quiere, nos quita a los médicos con los que nos sentimos cómodos y nos entienden. ¿Y qué me dicen del nuevo hospital? Voy a ver a un amigo y me pierdo. No encuentro la habitación y doy más vueltas que una peonza, hasta que un celador se apiada de mí y me indica el camino, tan largo que casi necesito un plano. ¿Quién diseñó esos pasillos y esas vueltas y revueltas? Bueno, me digo, lo importante es la atención y que sea de calidad. Y no lo dudo, pero tengo la impresión de que los que diseñaron el edificio saben de arquitectura hospitalaria lo que yo: absolutamente nada. Mientras, gran parte del personal está quemado y eso que no cuentan todo lo que saben, porque si lo hicieran más de uno saldría corriendo. No quiero ser alarmista pero estando en Son Espases he oído una historia acerca de los biberones que mejor se la dejo a los periodistas para que la investiguen, porque, al fin y al cabo, yo sólo soy un paciente observador y no quiero meterme en terrenos que no son los míos. Pero como alguien dijo: “La enfermedad más grave es la indiferencia ante cualquier cosa”.

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