El Mallorca lleva cinco partidos, cuatro de liga y uno de Copa, jugando exactamente igual. Tampoco cambia el resultado: un victoria en el torneo del k.o., dos empates y otras tantas derrotas. Cuatrocientos cincuenta minutos y un balance de dos puntos, dos tantos a favor, sólo uno en el campeonato de la regularidad, y dos en contra que le remiten a la cola de una clasificación que, de momento y por suerte, no es importante.
Sería el colmo que no supiera a qué juega después de dos meses de ensayar el método. En Vallecas cambió ligeramente su dibujo inicial 4-3-3 por un 4-4-2 ya en la segunda parte, pero el problema no está en el croquis, sino en la resolución. Se puede jugar mal y ganar o todo lo contrario, pero cuando controlas el balón, superas al contrario y no eres capaz de aprovechar ya no tus propios recursos, sino los defectos del contrario, es que alguno de los engranajes no funciona. Y, por lo que se ve, Fernando Vázquez no da con la tecla.
El Rayo Vallecano era un barco a la deriva. Como un flan recién sacado del horno, puso su frágil y temblorosa figura a los pies de un Mallorca incapaz de hacer mella en la portería rival. Las tuvo de todos los colores en acciones más o menos hilvanadas, estrategia y numerosos regalos defensivos. No acertó ni una. No fueron catorce los saques de esquina sobre la meta defendida por Toño, como contra el Oviedo, pero fueron doce sin un solo remate entre los tres palos. Un mal síntoma.
Vallecas es un campo en el que, en condiciones normales, puede caer el más pintado. Pero si el Mallorca no logró puntuar en medio de las adversidades que rodean al equipo de la diagonal roja, difícilmente podrá hacerlo en situaciones donde se vea más exigido. Hay pico y hay pala, vale, pero falta cerebro y por qué no decirlo, calidad.
