La muerte

Hoy es el día de difuntos (vaya obviedad) y en este día la tradición marca que debemos visitar a nuestros deudos, llevarles flores y encalar las tumbas después de limpiarlas. Esta manera de pensar y actuar es muy mediterránea y muy de cultura católica en la que, queramos o no, hace cientos de años que en este país, el grande y el chico, nos hemos educado.

Siempre, (otra obviedad) acudimos a despedir a otros, gente querida o desconocidos pero la norma social nos impone que debemos acudir a dar una abrazo y mostrar nuestra solidaridad con quienes con dolor sufren la marcha del ser querido.

Los no creyentes en nada, vuelven a la formula precristiana de los romanos “sit tibi terra levis” que se traduce al castellano como la tierra te sea leve, expresión que no se muy qué quiere decir pues si no se cree en la existencia del alma de las personas, ¿Cómo puede ser leve o duro algo si eres un cadáver y no sientes? Ahí lo dejo.

Personalmente, y aconsejo a los que nos gustan las grandes puestas en escenas que se busque y encuentre en algún buscador un homenaje a los caídos del Ejército Español; la muerte no es el final.

El título del emocionado canto de nuestros militares a sus hermanos caídos es en sí mismo una declaración de principios. La muerte no es el final, como título, nos habla de trascendencia, de más allá, de vida eterna y de que la vida como la conocemos solo es un camino.

Como canto de despedida “la muerte no es el final” nos habla de valores hoy en decadencia en la sociedad y que parece que se los hemos cedido en exclusividad a las Fuerzas Armadas, honor, solidaridad, esperanza, dolor por el compañero caído, altruismo; ¿Quién no admira a la UME? Que es el cuerpo más conocido en estos momentos y que alberga todos esos valores.

Personalmente creo que no estamos preparados para la muerte, nadie nos ha explicado que pasa en ese traspaso de la vida a la muerte. Algunos lo tienen muy fácil y lo hacen a veces sin tener conciencia de ello pero otros sufren demasiado y la contemplan como una liberación del cuerpo con dolor. Afortunadamente en persona nunca he mirado a los ojos de la muerte, si bien pienso mucho sobre ello por motivos que no vienen al caso, siempre demasiado íntimos; y saben, lo único que me viene a la cabeza en esos momentos son mis hijos.

Antes de escribir les he preguntado a mis hijos que les gustaría ver escrito por mí mañana, han coincidido en que les gustaría ver las respuestas del examen de latín, algo imposible para mí, pero después me ha contado mi hija que el otro día junto a unos contenedores había un montón de libros en el suelo, tirados, abandonados, maltratados, ensuciándose y camino de la destrucción, un drama; la emocionó y entristeció, reacción de la que me he alegrado. Esto no debería pasar, a pesar de la introducción del libro electrónico (mal llamado e-book, un anglicismo innecesario) los libros no se deben destruir que eso ya lo hizo el nazismo, quemaba los libros pensando que con eso quemaba y hacían desparecer el conocimiento, craso error. Perdieron la guerra y se volvieron a editar y leer libros, como siempre después del invierno viene la primavera.

Esta columna maldita no puede olvidar casi nunca a su ídolo, el Almirante Hila, parangón de lo efímero y mediocre, de la incapacidad y de la soberbia, del desprecio a los demás y del egocentrismo, casi leit motiv de la misma. Vuecencia, Señor Almirante, no está legitimada para hacer lo que está haciendo con la Ciudad y para lo que está haciendo especialmente con el bosque de Bellver, ambos no son suyos, son nuestros, patrimonio de los ciudadanos de Palma, de los que ya no están y no le conocieron y les rendimos homenaje hoy, de los que le sufrimos y padecemos hasta la ruina económica, y de los que vivirán liberados de su atroz gestión. Rectifique, aún está a tiempo.