Reducir a la defensa de estereotipos la reacción social provocada por la campaña “Desmontando San Valentín”, es confundir el huevo con el fuero. Mucho más allá de la protección del amor como fuente de inspiración y desorden emocional, está la salvaguarda del régimen de libertades y la oposición frontal al modo de inmiscuirse en nuestra privacidad que tienen algunos gobernantes.
Entre otros argumentos para la fecha en cuestión, se evoca la rebeldía de un médico que abrazó el cristianismo y celebró matrimonios entre los jóvenes soldados a quienes el emperador Claudio II había prohibido casarse, para que no tuvieran apego externo cuando estuvieran en el frente de batalla. Su martirio no tuvo nada que ver con el amor, sino con la injerencia de los poderes públicos en el ámbito personal, siempre en contra del derecho natural y por encima de la ética individual.
Que determinados colectivos consideren la celebración una coartada comercial o un gesto que debería supeditarse a su continuidad el resto del año, no contradice la oportunidad de rememorar cada día un valor en peligro de extinción, como tantos otros recordamos a lo largo del ejercicio. Lo que es del todo cuestionable es contraprogramarlo desde una institución, como si se decidiera promover una campaña por la igualdad de los derechos del hombre ante la ruptura de una pareja el 25N, día en que la ONU reclama la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Relacionar la prelación en favor de la mujer sobre la guarda y custodia de los hijos en caso de divorcio con la delincuencia machista, es tan mezquino como vincular las relaciones tóxicas con el amor.
Es probable que la pareja sea una sociedad mercantil, compuesta para mutuo beneficio y sin que sea precisa la aportación dineraria para su constitución y desarrollo, pero los sentimientos son la fuente principal de la que beben la mayoría de los que renuncian a la independencia por un proyecto en común. Todo tipo de acuerdo entre personas es lícito, si sus fines lo son, el motivo es conocido y consentido por quienes crean vínculos, pero el amor como nexo sigue siendo un dinamizador vital y, aunque algunos acuerdos evolucionen o se deterioren, son una trágica excepción los que acaban como noticia.
La belleza, la inteligencia, la riqueza… son características positivas, a pesar de que algunos los explotan en su beneficio y abusan de su tenencia, así como otros están dispuestos a delinquir por alcanzar los beneficios que se les atribuye. Dejemos que Cupido siga influyendo en positivo, mientras los humanos malinterpretamos sus logros y no disparemos flechas que no sean las que hacen percibir el revoloteo de las mariposas en nuestro interior. El amor es la más polisémica de las palabras, pero nunca debe ser doliente como rezaba Teresa de Calcuta, sino un querer que comienza con la comprensión, como escribiera Françoise Sagan y que parecen no entender quienes se empeñan en imponernos su impersonal “mundo feliz”.
Legislen cuanto crean que les avalan los votos, para evitar que se imponga la fuerza o el rencor, pero no sean entrometidos y ayuden a preservar lo que nos hace afines o aporta bienestar a los que lo disfrutan, aunque no todos tengan el mismo final. Sobre todo, porque ese razonamiento es aplicable también al servicio público y, a pesar de los ejemplos que seguimos teniendo, no ponemos en el mismo saco a todos los que viven de la política.