En su apogeo, los homo neanderthalensis llegaron a extenderse por gran parte de Europa e incluso más allá, de manera que, con el imparable avance de las técnicas genéticas, actualmente descubrimos cosas tales como que en Oriente medio se produjo una primera interacción -intercambio de genes, por decirlo finamente- entre estos hombres blancos y de ojos claros y los sapiens morenitos que venían del continente africano, hace alrededor de 700 siglos.
Lo llamativo es que, incluso en su momento de máxima expansión, los neandertales no pasaron de unos siete mil individuos. Es decir, todos ellos cabrían hoy en Bunyola o en Muro, para que me entiendan.
5.000 años atrás, mucho después de la completa extinción de esos neandertales 'patanegra' que -si es usted blanco caucásico- sobreviven hoy únicamente en sus genes y los míos en una proporción aproximada de un 2,5 por ciento, en Mallorca se vivía muy bien.
Concretamente, los Myotragus balearicus -unas graciosas cabritas con los ojos frontales- campaban a sus anchas por la Serra de Tramuntana, el Raiguer, el Pla y el Llevant sin que ningún depredador de su tamaño perturbara su relajada vida mallorquina, ni un maldito primate del género homo anduviera tras ellas para zampárselas.
Sin embargo, el CSIC ha descubierto recientemente, en la Cova des Moro de la costa de Manacor, restos humanos de hace unos 4.300 años lo suficientemente bien conservados como para examinar su genoma y estudiar su origen.
Y los resultados de ese estudio nos revelan que la primera y genuina forastera -hasta el momento- arribada a Mallorca era una señora o señorita, que provenía de la costa peninsular o del norte de África, pero cuyos 'abuelos' eran habitantes de las estepas del centro y norte de Europa, que llegaron durante la Edad de Bronce a la Península y alteraron casi en la mitad el genoma de aquellos primeros españoles, y ya saben lo que eso significa.
Esos primeros pobladores de Mallorca -es de suponer que la moza no viajó sola- estaban, además, emparentados con otros restos descubiertos y analizados de habitantes de Sicilia, algo que, por lo demás, casi todos los mallorquines sospechábamos, sin necesidad de tanto ADN, ni genomas, ni gaitas.
La conclusión de toda esta rondaia que les estoy contando hoy es que, amigo y amiga míos, en Mallorca somos todos forasters o descendientes de forasters, tengamos los apellidos o la lengua materna que tengamos. Las disputas y diferencias entre nosotros derivan solo del tiempo transcurrido desde que nuestros ancestros llegaron a la isla, de manera que, en cinco mil años más, si no hemos conseguido aún cargarnos el planeta, tan mallorquí de socarrel será un descendiente de las tropas catalanas del Rei En Jaume como el de los bolivianos, rumanos, argentinos o senegaleses que hasta hace poco se nos antojaban tan extraños a nuestra isla como le pareció aquella primera forastera a la cabrita que, subida en un risco, la vio llegar en una balsa a la costa de Manacor.