Otros tiempos

Cuando se contempla el panorama que se extiende por el mundo, con cierta edad sobre las espaldas, se experimenta que, con los años, se ha saltado ya la frontera de su tiempo y se está trascurriendo con otro que no es el suyo. Recorrer las calles de una ciudad, solitaria, tristona, apesadumbrada, llena de pintadas y de puertas y luces de comercios cerradas, no resulta nada agradable. Y cuando, andando por encima de una acera, sientes a dos palmos de tu codo un patinete o una bicicleta veloces, y ante tu protesta ― tímida, para no ofender sensibilidades ―, recibes como respuesta una peineta, tu pensamiento insiste; estás fuera de tiempo, colega.

La mente vuela y se extraña al contemplar un anuncio oficial que clama que el niño no quiere ser como “papá”, pretendiendo que, con esa exclamación el pertinaz machismo desaparezca de la ciudad. En los tiempos antiguos, no se deseaba ser como papá, sino mejor que “papá”, y para ello el “papá” se deslomaba cada día y la “mamá” ayudaba a su modo, para que el “niño” tuviese la formación e instrucción mejoradas a fin de gozar de superiores condiciones de vida y de trabajo. Ahora, la cosa es distinta, ya que, la igualdad es una meta que se ha convertido en un medio para incordiar lo máximo posible, al tiempo que despreciar o desvalorizar al “papá” y a la “mamá”, palabras que no se llevan.

En el fondo, tanta igualdad no es sino un engendro político fruto de la incompetencia de sus “progenitores”; hay tanto afán de ser protagonista, que el político se constituye en creador. Ahora ya no hay “mujer”, sino “mujeres”, de ahí que haya que cambiar el nombre, el logo, la papelería, la cartelería a un Instituto para convertirlo en “de las mujeres”. Consecuencia de todo ello, aparte del gasto inútil y superfluo que ello representa, es el
aguardar que se nos explique cuántas clases de mujeres hay lo suficientemente reales para parir ese detallazo. Entiendo y admito que puede haber mujeres de distintos oficios, aficiones, tendencias, profesiones, aspiraciones, pero, salvo opinión demostrada palpablemente en contra, siempre será “mujer”. Aunque, naturalmente, en este mundo relativista y positivista, todo es posible cuando la idea ― por llamarla de algún modo ―, surja de una mente progresista y se le ponga título tan rimbombante como “derechos innovadores de nueva generación”.

A ciencia cierta no es posible colegir de qué aula, academia, comuna o círculo emergen tal tipo de personas que, encastilladas en política no se sabe muy bien con que fundamentos intelectuales, cada vez que abren la boda provocan asombro o espanto. Siempre se ha escuchado aquello de que “el tamaño” no importa. Pues bien, ahora resulta que sí importa. Lombroso, criminólogo y médico, fundador de la Escuela de Criminología Positivista ― seguramente ya desconocido para los recientes licenciados en derecho ― se atrevió a catalogar a los delincuentes por unas determinadas características físicas, incluido el tamaño y forma de la nariz. Sin embargo, en estos tiempos ― las ciencias adelantan que es una barbaridad ―, a menor “tamaño” del máximo distintivo masculino, más propensión al machismo o sea a la delincuencia en el varón. Naturalmente, Lombroso, año 1835, debió ser un maldito fascista educado en la universidad de Viena y de Turín alejado de cualquier estadio progresista.

Imbricado en todo ello, se llega a la conclusión que el feminismo no es tal, sino un desprecio a la mujer-madre, y la igualdad, tampoco es tal, sino una aversión absoluta al hombre, siempre y cuando no sea progresista o macho alfa, suficientemente dotado, naturalmente.

Y en tales disquisiciones andan los políticos, mientras el paro de España compite con su 16,5 % con el 16,6% de Colombia, dejando en el limbo a Grecia y su conocido 16,8%. Aunque ello, no es problema ni para una progenitora ni para otra medidora: lo que interesa es que el país camine hacia un Estado patrono. Es la apuesta de la izquierda radical actual por una economía subsidiada en lugar de por una economía productiva. Es el camino más directo hacia el empobrecimiento de todos los españoles. La solución vuelve a ser la típica del fracasado socialismo y del nefasto comunismo; más Estado, más gasto público, más burocracia, más empleo
público, más impuestos, más control, en fin, más pobreza como puente de odio hacia el totalitarismo.

Que de eso se trata, imponer un sistema de vida en el cual todo dependa del Estado, con un PRI asegurado al gobierno mediante subvenciones, subsidios, ERES, IMV, nepotismo sin medida y caciquismo negacionista del libre pensamiento, del libre mercado, del libre comercio, de la libre expresión, de la libre conciencia. Puesto que, si alguien se atreve a medir su potencial intelectual o físico, con una vara distinta a la fijada oficial y oficiosamente, todo el peso del ius positivismo progresista y políticamente correcto caerá sobre ese “necio” español. Ingenuo espécimen que, todavía, se cree que son libres la justicia, la prensa, la enseñanza, la sanidad, la propiedad privada, la religión, el ocio. Van a por todo; igual ya están pensando en el teclado; los nuevos ya vendrán sin la “ñ”.

Pues, hasta ahí pueden llegar. Carlos I de España, políglota, se vanagloriaba: “No importa que no me entendáis. Que yo estoy hablando en mi lengua española, que es tan bella y noble que debería ser conocida por toda la cristiandad”. Ahora, son otros tiempos; no se la podrá usar ni en el tiempo libre.

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