Se vuelve a hablar mucho últimamente del problema del acceso a la vivienda, hasta el extremo de que en ciertos lugares -Palma entre ellos- se pretende limitar el precio del alquiler. Uno se preguntaría por qué sólo el alquiler y no el precio de venta, pero no demos ideas. El sábado en el Última Hora expuso Álvaro Delgado con la brillantez que le caracteriza la probable inconstitucionalidad de este tipo de medidas que constituyen una expropiación encubierta sin pago de justiprecio alguno.
Además cabe oponer razones de orden práctico: el control de precios es una tentación para el gobernante, tentación en la que han caído una y otra vez desde tiempos del Imperio Romano, permitiendo comprobar que la intervención del gobierno en la economía suele producir efectos secundarios no previstos ni deseados que a menudo provocan que la intervención acabe siendo contraproducente para los objetivos deseados.
Así, se sabe que los controles de precios -por ejemplo, la fijación de precios máximos- acaban provocando escasez y desabastecimiento. Si se abaratan artificialmente los alquileres, se incrementará la demanda -habrá más gente interesada en alquilar- y se reducirá la oferta -menos propietarios decidirán alquilar. A largo plazo, menos gente querrá comprar viviendas para ponerlas en alquiler y menos promotores estarán interesados en construir. El resultado será el que anunciábamos, la escasez: no habrá viviendas en alquiler para satisfacer la demanda, los caseros tendrán multitud de posibles inquilinos entre los que elegir, por lo que, no pudiendo discriminar por precio, se tenderá a hacerlo por otros motivos -contactos, contraprestación adicional en negro, etc. Finalmente, la intervención gubernamental producirá nuevos problemas, que llevarán a nuevas intervenciones y nuevos problemas, como ocurre siempre en esta rueda del socialismo en la que estamos inmersos desde hace décadas.
Por eso es importante señalar las causas de este incremento de los precios. Para tratar el problema debemos entender primero por qué se produce. La causa principal debería sernos familiar, pues la conocimos hace pocos años: la burbuja inmobiliaria se está reinflando. Y una vez más, es debido a los tipos de interés artificialmente bajos que fijan los bancos centrales. Como parte de esa rueda del socialismo de la que hablaba, desde hace aproximadamente un siglo se puso en marcha el experimento de los bancos centrales. En este caso se trataba de solucionar los pánicos o corridas bancarias, por los que los bancos quebraban y los depositantes perdían sus ahorros cuando había problemas. En lugar de atacar la raíz del problema, se puso un parche: ahora los depositantes normalmente no pierden su dinero, pero a cambio el sistema financiero exacerba los ciclos económicos, con burbujas espectaculares como las que se van sucediendo, y genera inflación. El precio del parche es elevado, porque el capitalismo se basa en el ahorro, mientras que este sistema incentiva el endeudamiento. En mi opinión no vale la pena, pero es lo que tenemos. De momento me conformo con advertirles del fenómeno y dejar constancia de que es consecuencia de la intervención de los Estados en la economía, por mucho que los responsables del desaguisado quieran culpar al mercado.
Adicionalmente, en España y en Baleares en particular hemos tenido un gran crecimiento demográfico. Esto naturalmente supone un fuerte incremento de la demanda de vivienda. Si no se acompaña de un incremento parejo de la oferta, es lógico que el precio aumente. Por eso no entiendo a quienes se quejan del aumento de precio, pero al mismo tiempo no quieren que se construyan nuevas viviendas. Si no se permiten nuevas viviendas, o se limita la población, cosa que parece imposible, o el precio necesariamente se va a incrementar.
No obstante, a medio plazo, están por ver dos importantes factores negativos para el precio de la vivienda: la resolución de esta “Reburbuja” de crédito, y el invierno demográfico europeo. Más nos valdría dejarnos de parches absurdos. Nos ahorraríamos los parches y las burbujas.