Posverdad

El diccionario Oxford de la lengua inglesa ha elegido posverdad como la palabra del año y no sin motivo. Por desgracia, hace tiempo que gran parte de las elites dirigentes políticas, pero también empresariales, económicas, periodísticas e intelectuales, han ubicado el discurso y el mensaje en el ámbito de la posverdad, es decir, en un esquema en el que se apela a las emociones y las percepciones para configurar la opinión pública, sin importar que no se ajuste a la verdad e ignorando cualquier refutación basada en hechos y pruebas demostrables.

Ejemplos de situaciones de posverdad de consecuencias funestas tenemos en abundancia en los últimos tiempos. La segunda guerra de Irak se desató por parte de los EE.UU., el Reino Unido y España en base a la supuesta tenencia de armas de destrucción masiva por parte le régimen de Sadam Hussein, a pesar de que la misión de inspección de la ONU nunca encontró pruebas de su existencia y su mismo director, el diplomático sueco Hans Blix, solicitó reiteradamente más tiempo para proseguir la búsqueda y desaconsejó el inicio de hostilidades. Pero la guerra se declaró, Irak se sumió en el caos, miles de soldados murieron, cientos de miles de iraquíes han muerto y aquel conflicto está en el origen de gran parte de los problemas de terrorismo que padecemos en la actualidad y nunca se han encontrado las pretendidas armas de destrucción masiva de Sadam.

Muchos ciudadanos escoceses se decantaron por el no a la independencia en el referéndum de hace dos años, porque creyeron las promesas de los políticos de los grandes partidos de más devolución de soberanía desde Londres y preocupados por la advertencia de que quedarían fuera de la Unión Europea si se separaban del Reino Unido. Dos años después, no se han cumplido las promesas de devolución de soberanía y el voto de los ingleses en el referéndum del “brexit” les condena a abandonar la UE, a pesar de que en Escocia fue masivo a favor de continuar formando parte del proyecto europeo.

En Polonia, el gobierno ultraconservador integrista católico de la primera ministra Beata Szydlo, nombre premonitorio para una fanática cristiana, del partido Ley y Justicia, dirigido en la sombra por el presidente del grupo político, Jaroslaw Kaczynski, hermano gemelo de Lech, que falleció en un accidente de aviación en Rusia siendo presidente del país, está llevando a cabo una política de revisionismo, en la que se niega, contra toda la evidencia histórica, la participación de polacos en el genocidio contra los judíos llevado a cabo por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. También está lanzando la especie, igualmente contra toda evidencia, de que el accidente en el que murió su hermano fue en realidad un atentado complotado por los servicios secretos rusos. No importa que no sea verdad, se trata de apelar a la profunda desconfianza y resentimiento de gran parte de la población polaca hacia Rusia.

En Rusia, Putin ha apelado al sentimiento de los rusos, que consideran el Rus de Kiev medieval como el origen de la patria eslava, para justificar la anexión de Crimea y la intervención en las provincias rebeldes del este de Ucrania, Donetsk y Lugansk, bajo la excusa de que la remoción del corrupto presidente ucraniano Yanukóvich, fue un golpe de estado llevado a cabo por fascistas ucranianos antirrusos que pretenden discriminar a la población rusófona y a la lengua rusa en Ucrania. No importa que no sea cierto, no importa que fueran agentes rusos los que iniciaron la sublevación en el Dombás, apoyados desde el principio por los servicios secretos y el ejército rusos, lo que importa es que la mayoría de la población rusa está convencida de que se trata de un justo levantamiento popular de los hermanos ucranianos contra fascistas apoyados por la UE y Estados Unidos, que pretenden crear un estado títere de la OTAN para atacar a Rusia. La posverdad ha sustituido a la verdad.

Y en Estados Unidos los votantes de Trump ni siquiera han tenido que esperar a su toma de posesión el próximo enero, para observar como las soflamas “antiestablishment” con las que les embaucó durante la campaña se van por el desagüe de la posverdad. Los primeros nombres que ha propuesto para cargos en su futura administración son todos miembros del más rancio “establishment” político de Washington, eso sí, todos ultraconservadores.
Tampoco es una cosa nueva. Se atribuye a Joseph Göbbels, el diseñador y director de la inmensa y exitosa maquinaria de propaganda del régimen nacional socialista, la frase: “una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad”. Sea cierta o apócrifa, la máxima describe a la perfección su “modus operandi” durante todos los años que se encargó de engatusar al pueblo alemán, utilizando la mentira y apelando a las querencias, a los miedos, al resentimiento y a los bajos instintos de sus conciudadanos.

En la Unión Soviética, sobre todo en la época de Stalin, los dirigentes caídos en desgracia, purgados o liquidados, no solo eran físicamente eliminados, también desaparecían de las crónicas, de los documentos e incluso, muy significativamente, de las fotografías, que se retocaban y de las que se suprimían sus imágenes. Así se esfumaban como si nunca hubieran existido. La posverdad los borraba de la historia.

Pero si bien es cierto que la mentira y la manipulación siempre han acompañado al poder no democrático, la diferencia es que ahora se extiende rampante por las democracias representativas. La posverdad es quizás la mayor amenaza actual para nuestro sistema democrático occidental. Si el desprecio por la verdad se instala como “modus vivendi” entre nuestras elites dirigentes, no solo las políticas, y los ciudadanos nos dejamos arrastrar por ella, renunciando a nuestra capacidad de reflexión y discernimiento, sustituyéndola por la apelación a los sentimientos, a las emociones, a las pasiones, a una aceptación acrítica e irreflexiva de la posverdad, estaremos abriendo la puerta a la vuelta de los caudillismos, como ya ha ocurrido en Rusia y quién sabe si en Estados Unidos, y a la desaparición por embrutecimiento de la democracia representativa tal y como la conocemos.

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