Premio para Hamás

La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero, escribió con tino don Antonio Machado.

Hasta un estrambótico personaje como Donald Trump tiene sus momentos de lucidez y, entre consignas negacionistas, cuela de vez en cuando una sentencia para el mármol: Demasiado premio para Hamás, espetó en su comparecencia de ayer ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, refiriéndose al poco comprensible movimiento político de determinados países europeos al reconocer el carácter de Estado a una Palestina controlada en gran parte de su territorio por un sanguinario y genocida grupo terrorista como es Hamás.

Los 1.400 asesinatos de civiles -hombres, mujeres y niños- del 7 de octubre de 2023, más los rehenes que secuestraron y que aún retienen los terroristas -con vida o sin ella-, provocando la legítima reacción del Estado de Israel que les declaró la guerra, han acabado teniendo premio. Algunas asentadas democracias europeas, que reaccionaron -como casi siempre- fría y asépticamente a aquella barbarie, han terminado por bendecirla tácitamente, convirtiéndola en rentable para sus autores. Ni siquiera la presión social de sus cada vez más nutridas -y no integradas- minorías musulmanas es excusa. La inoportunidad es manifiesta y, además, absolutamente inútil.

Si alguien cree que Israel va a cejar en su empeño de acabar con el terrorismo aledaño a sus fronteras porque el Reino Unido o Francia otorguen status oficial a Palestina es que no conoce a los descendientes de Isaac. Si cualquier otra nación hubiera sufrido la persecución y exterminio padecido por el pueblo judío a manos de nazis y comunistas durante la II Guerra Mundial, hoy, simplemente, no existiría. Pero Israel convirtió aquel pedazo de desierto que constituía su hogar histórico y que le asignaron las potencias vencedoras tras el conflicto en un vergel y un país próspero y puntero en materia social -dos millones de musulmanes “palestinos” son nacionales de Israel-, económica y tecnológica -no solo militar-, pese al indecente asedio de sus vecinos judeófobos.  

¿La solución es la creación de dos estados? ¡Pues claro!, pero siempre que mutuamente se reconozcan, se respeten -persiguiendo el yihadismo- y asuman íntegramente los principios de la Declaración de los derechos humanos de la Asamblea General de la ONU de 1948, algo que ningún país musulmán ha hecho todavía, porque respetar a las mujeres, las minorías religiosas, o los homosexuales no va, ciertamente, con ellos, por más que la izquierda europea los perciba tan progres.

Corre en las redes el vídeo de un debate televisivo en el que alguien tan políticamente significado en el pasado como Pilar Rahola desarrolla con total serenidad los sólidos argumentos que evidencian que reconocer la Palestina de hoy es un auténtico disparate diplomático y que el único genocidio que existe en el Medio Oriente es el fracasado intento de Irán y sus aliados de exterminar al pueblo judío.

En la Unión Europea, solo Meloni ha hablado claro al respecto, salvando la dignidad que, afortunadamente, todavía atesoran muchos ciudadanos del viejo continente, frente a la miseria moral de unas instituciones que aún dudan entre apoyar a un Estado democrático o a una organización terrorista.  

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