Pasan los meses y la actuación de los gobiernos europeos en la emergencia humanitaria de los refugiados procedentes de Siria, Irak y otros países no hace sino incrementar el sentimiento de oprobio, de ignominia, de vergüenza infinita.
Los gobiernos han incumplido, como muy amargamente se ha quejado el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, el compromiso de reparto equitativo en la acogida y no han recibido más que una mínima parte del ya ridículo número de refugiados al que se comprometieron. Solo Alemania ha acogido y continúa acogiendo a la gran mayoría de demandantes de asilo, lo que provoca una saturación de sus infraestructuras, un problema social con la expansión de movimientos xenófobos como Pegida y una gran oposición de autoridades regionales y municipales, llegando en ocasiones a la rebelión, incluso de miembros de su propio partido.
Algunos gobiernos, como el danés y el suizo, han decretado la confiscación de los bienes de los refugiados, excepto una pequeña cantidad de dinero y los que tengan valor sentimental, a fin de sufragar los gastos de su estancia. Esta medida, además de repugnante y contraria a los principios de la acogida, no parece que pueda ser muy efectiva, puesto que la inmensa mayoría de los que llegan han tenido que destinar casi todo, o todo, su peculio a pagar a las mafias durante la travesía, las travesías, desde su país de origen. A no ser que pretendan hacer como los nazis y extraerles hasta los dientes de oro. Cabe pensar, por tanto, que el motivo real no es económico sino disuasorio, conseguir que los inmigrantes decidan ir a otros países donde no les exijan semejante dislate.
Los que conocemos Suiza, sabemos del sustrato profundamente racista y xenófobo de su sociedad y esta decisión no nos ha resultado demasiado sorprendente, pero de Dinamarca, una sociedad escandinava avanzada e igualitaria, sí que me ha sorprendido. Hace ya algunos años desde la última vez que visité el país y, al parecer, la sociedad danesa ha sufrido en ese tiempo una importante involución política y social. Y el (mal) ejemplo cunde. El gobierno del Land de Baviera ha anunciado la asunción de una medida similar.
Y no solo se trata de estas medidas de los gobiernos. También es muy preocupante la reacción de muchos ciudadanos europeos, manifestándose abiertamente en contra de la acogida y favorables al cierre radical de fronteras. En una localidad del Reino Unido por ejemplo, las puertas de las casas donde se alojan refugiados estaban pintadas de rojo, lo que ha permitido que grupos racistas las identifiquen y se han producido ataques contra ellas. La medida, que ha sido negada por las autoridades, que han aducido que el color era casual y que ya han comenzado a repintar las puertas de otros colores, recuerda demasiado a las pintadas en época de la Alemania nazi en el exterior de los negocios y las casas de judíos y, de persistir, resultaría estremecedora.
Mientras tanto el flujo humano no se ha detenido. Debido al tiempo invernal la travesía marítima de Turquía a la isla griega de Lesbos se ha hecho más peligrosa y se ha incrementado el número relativo de naufragios y de muertos, muchos niños, y la odisea de la travesía de los Balcanes ha devenido mucho más peligrosa debido a las condiciones meteorológicas de frío, lluvia, nieve y fango. Pero nos hemos anestesiado y ya ni siquiera nos conmueven las imágenes en los telediarios.
Todos los miembros de ONGs que acuden a la zona se manifiestan sorprendidos por la notoria inacción de la policía griega y del dispositivo europeo de control de fronteras Frontex. Han pasado los meses y la UE no ha establecido las oficinas de primera línea de registro y control en Grecia, ni se ha producido ningún avance significativo en la implementación de un mecanismo europeo de acogida y ayuda al refugiado.
Pasa el tiempo y Europa sigue sin reaccionar, cada vez más ensimismada, más encerrada en sí misma, más bunkerizada. Prosigue la vergüenza infinita.





