OPINIÓN

Puta un día, puta toda la vida

Hay personas que, en los últimos años, vienen trabajando duro para generar discordia entre los españoles. Esta semana hemos conocido una categoría divisiva más, ridícula y simbólica al mismo tiempo. Se ha tratado de separar, por un lado, a las personas partidarias de celebrar una muerte, y por otro, a las que preferimos conmemorar un nacimiento. Este jueves se cumplieron cincuenta años del óbito de Franco, y algunos lo han querido festejar como si el pueblo lo hubiera colgado en una plaza pública, como hicieron en Italia con Mussolini. Que no digo yo que esa imagen del Duce sea agradable, pero al menos simboliza el epílogo de una guerra. Franco murió de viejo en su cama. Igual que hubo un tardofranquismo, medio siglo después ha brotado en España un tardoantifranquismo, valiente, quizá algo olvidadizo, pero muy activo en las tertulias y en las redes sociales.

La fanfarria mediática que había preparada el jueves para celebrar la muerte del Caudillo quedó silenciada al conocerse ese mismo día la condena al Fiscal General por un delito de revelación de secretos. Es una obviedad que existen una derecha y una izquierda que no creen en la democracia. Sólo se sirven de ella como puerta de acceso al poder, y una vez el pie en el despacho oficial metido, nada de lo prometido. No debemos esperar mucho de los extremismos a la hora de defender un régimen de libertades basado en unos principios que van más allá del derecho a votar. Hablamos de la separación de poderes, el imperio de la Ley, la reversibilidad de las decisiones —que en la práctica se traduce en la posibilidad de una alternancia política—, la independencia judicial, etc. Pero, ¿y el periodismo? ¿para qué sirve el periodismo en una democracia?

El espectáculo que están dando estos días la mayoría de medios de comunicación afines al gobierno es sensacional. Durante el juicio a García Ortiz hemos conocido una nueva manera de trabajar en el gremio. Hasta hace poco tiempo, eran los políticos, policías, jueces o fiscales los que filtraban noticias a periodistas. Ahora, hay periodistas que, disponiendo de una exclusiva, en vez de publicarla llaman a un alto cargo de Moncloa para que la difundan desde allí. Debe de suceder tan a menudo que el alto cargo ni siquiera recuerda qué periodista le dio una información confidencial sobre el novio de una rival política.

Nadie lo resumió mejor que George Orwell: «Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques». Un periodista debe proteger sus fuentes porque es la manera de garantizar el derecho a la información de los ciudadanos. Pero la salvaguarda del secreto profesional no está prevista para anclar a un gobierno en el poder, pase lo que pase, haga lo que haga, robe lo que robe, mienta lo que mienta, por mucha afinidad ideológica que se comparta.

Me hace gracia que, cada vez que reflexiono sobre la deriva autoritaria del sanchismo, me viene a la cabeza alguno de estos tres intelectuales de izquierdas: Orwell, Koestler o Camus. Los tres fueron socialistas, pero no a cualquier precio. Los tres comprendieron el peligro de la pulsión totalitaria que anida en cualquier poder que elude o trata de limitar los contrapesos. Los tres entendieron la democracia como una condición previa al socialismo, y no al revés.

Percibo la incomodidad de algunos periodistas elogiando el trabajo de la UCO cuando investiga al PP, y hablando de lawfare cuando destapan las vergüenzas de Ábalos y Cerdán. Defienden expresamente la comisión de un delito cuando se revelan datos protegidos de un ciudadano, como si denunciar esa filtración supusiera proteger a un defraudador fiscal. Unos lo dicen en público, y otros no, pero todos lo justifican de la misma manera: está feo, sí, pero Sánchez es el mal menor.

Orwell, que se jugó la vida en las trincheras republicanas durante nuestra Guerra Civil, no estaba de acuerdo con este periodismo de izquierdas, y decía: «El argumento de acuerdo al cual no se deberían decir ciertas verdades porque ello ˝haría el juego” a tal o cual fuerza siniestra es un argumento deshonesto en el sentido de que las personas recurren a él cuando les conviene personalmente». Para Orwell, cuando un periodista sucumbe a esta tentación, abandona su profesión y comienza a trabajar en el ámbito de la propaganda.

A estas alturas, ningún profesional con un mínimo de olfato periodístico puede negar la pestilencia, el hedor a cadáver político que arrastra Sánchez. Pero algunos piensan: «bueno, ya pasará». Siento decirles que traigo más noticias de Orwell, y peores, porque también dejó escrito: «Recuerden que la deshonestidad y la vileza siempre terminan pagándose. No imaginen poder hacer de propagandistas lameculos del régimen soviético o de cualquier otro régimen durante años, y poder recuperar después, de repente, un estado de decencia mental. Puta un día, puta toda la vida”.

José Manuel Barquero

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