Que las primicias informativas de los últimos tiempos no nazcan de las redacciones mejor dotadas de los periódicos tradicionales, sino de los diarios digitales, es prueba de la enorme agitación que vive el sector y el nuevo camino abierto a las filtraciones interesadas. Hace mucho tiempo que el periodismo de investigación ha quedado minimizado por el esfuerzo editorial de reducir costes estructurales al máximo, siendo relevado por el afán de emplear los medios para resolver diferencias y la disposición favorable de los que necesitan notoriedad para tener un hueco en la sobredimensionada oferta periodística.
En el acoso y derribo de Cristina Cifuentes se ha escenificado a la perfección la frase lapidaria del muy evocado Sir Winston Churchill, cuando rebatió a un joven parlamentario de la bancada tory, al reconocer que los adversarios son los laboristas, pero los enemigos comparten el mismo partido. Enlazando ambos argumentos, fue El Español quien desveló hace dos años que existía una trama en el PP que disponía de información sensible para algunos políticos, en la que se apuntaba la presunta cleptomanía de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Posteriormente eldiario.es y elconfidencial.com levantaron la supuesta falsificación de las actas de un irrelevante master inconcluso, que acorralaron a Cifuentes, hasta que okdiario.com la remató con la difusión de un humillante video, que permanecía almacenado siete años (del que ya se tenía conocimiento por parte de otros partidos), hasta que se consideró la oportunidad de difundirlo.
Este episodio ha contado con la complicidad inconsciente de los diarios digitales comentados, pero no habría alcanzado la magnitud obtenida, sin el inestimable impulso de Mauricio Casals, presidente del diario La Razón y adjunto a la presidencia de Atresmedia Corporación (La sexta y otros), cuya cercanía a Ignacio González y Esperanza Aguirre dan a entender la ejecución de una venganza interna, sólidamente urdida. Con estos mimbres, el descrédito social y el riesgo de que tus acciones nunca prescriban, incorporarse a la vida pública es una aventura de alto riesgo.
Resulta imposible dejar de correlacionar este suceso con el que acabó con la carrera política de Javier Rodrigo de Santos en Baleares, no tanto por la revelación de imágenes comprometidas y la escasa cuantía de lo sustraído, sino porque ambos quisieron abanderar la lucha contra la corrupción, presentándose como los últimos vigías de occidente. También, porque ambos fueron bendecidos, vitoreados y respaldados por el actual director del medio que ha dinamitado la frágil sustentación de Cifuentes, aunque él haga esfuerzos por olvidarlo y ahora sea la mano que ha mecido su cuna, sin cargo de conciencia alguno.