Si mis cuentas no fallan, que siempre puede ser, el Mallorca ha tenido 30 presidentes de los cuales creo haber conocido a unos 18. Número arriba, número abajo, muchos de ellos se presentaron y se siguen presentando como salvadores del club, sobre todo a lo largo de los últimos veinte años. Cada nuevo accionista mayoritario o su representante, acusaba a su predecesor de dejar el club abandonado a su suerte y al borde de la liquidación, situación de la que cada recién llegado iba a remontar.
He de confesar antes de seguir adelante, que de todos ellos sólo uno, en mi opinión, evitó la desaparición del club y fue Miquel Contestí, algo que se le ha de reconocer al margen de sus aciertos y errores que, como todo ser humano, los tuvo. Me sorprende que a día de hoy, su nombre y el de Jaume Rosselló Pascual no dén nombre a ninguna sala o instalación del club, tan empeñado en vender el de un estadio que, se mire por donde se mire, es de alquiler. De larga duración, si, pero de alquiler.
También pienso que la prematura muerte de Antonio Asensio Pizarro fue un golpe demasiado duro para aquel club en expansión que llegó insospechadamente a competiciones continentales más allá de que la perspectiva del tiempo permita sentenciar que ha pagado por ello una factura excesivamente cara. Un elevado precio que, desde entonces, todos y cada uno de sus sucesores han presumido de saldar contrariamente a lo que expresa la realidad.
Ni Vicenç Grande, Mateo Alemany, Utz Claassen o Robert Sarver, han hecho otra cosa que hundir más la nave, todos por circunstancias distintas y bien diferenciadas. Porque, créanme, el único lenguaje que entiende el fútbol, resultados a un lado, es el del dinero y si uno no lo tiene o no está dispuesto a perderlo en mayor o menor medida, es mejor que se quede en casa.
Ellos sabrán por qué causa se embarcaron en sus respectivas aventuras pero es evidente que lejos de rescatar nada, han conducido a la institución a las puertas del desguace. ¡Menos mal que la iban a salvar.
