El PP ganó las elecciones de Baleares, las mismas que algunos altos responsables del PSOE querían perder porque sí conocen cómo están las arcas públicas y qué habrá que hacer en los próximos años para simplemente mantener las luces del Govern encendidas. La situación económica en esta autonomía es de tal gravedad que hay dudas sobre si se podrá hacer efectiva la paga extraordinaria de los funcionarios públicos; el desastre es tan serio que casi nadie de los que el domingo estaban en la sede del PP celebrando la victoria podrá ser colocado en el Govern o en sus empresas públicas, como aspiraban. No es que ahora a los ganadores de las elecciones les haya dado un ataque de honestidad y no quieran premiar a los suyos si no que no habrá nada que repartirse, lo cual es difícil de explicar en casa. Estamos ante los primeros cuatro años de verdadera catástrofe financiera, cuando por fin ya no vamos a poder seguir escondiendo la cabeza bajo al tierra, como hasta ahora. Hay que mirar las cuentas, hay que decir la verdad y eso va a ser durísimo porque la verdad es que estamos en la quiebra, que no vamos a poder pagar ni el café de las máquinas expendedoras de las consellerias. Por lo tanto, el PP va a necesitar muchísima capacidad de persuasión para explicar una gestión que solo nos va a dar recortes, supresiones, cierres y despidos. Y eso va a suponer un desgaste de tal calibre que en dos años más de uno en el propio PP va a empezar a cuestionar esta política. Pero es que no habrá otra. ¿De qué, sino, los socialistas estarían en su fuero interno celebrando poder marcharse? No va a ser un mandato para hacerse un nombre sino para adquirir la mayor impopularidad de la historia. Porque, además, los ciudadanos en el fondo seguimos pensando que tenemos derecho a todo y que si no hay dinero lo tienen que inventar.





