El Zaragoza se dejó dos puntos en Son Moix debido a su falta de puntería y precisión en los últimos metros. Los maños fueron dueños del centro del campo y, en consecuencia, del partido frente a un Mallorca sin ninguna idea ofensiva, dedicado a defender las inmediaciones de su área, convirtiendo el empate final en su único objetivo.
Héctor Cúper me explicaba en cierta ocasión que la gran diferencia entre el fútbol italiano y el español es que mientras aquí se juega en setenta metros, allí se hace en treinta. Anoche el público pudo presenciar un partido de segunda división a la italiana. Con el mismo sistema, 4-1-4-1, ambos contendientes y las dos zagas adelantadas, la ventaja siempre se inclinó hacia el lado visitante con delanteros más rápidos que los centrales bermellones y una cobertura más ágil que los movimientos de Bianchi, el único y solitario artillero local. Hasta cinco oportunidades claras se gestionaron ante las narices de Timon que no se resolvieron por la ingenuidad de los cañoneros aragoneses, ingénuos en la definición.
Al técnico mallorquinista le sobra la F inicial y la R final, es don erre que erre. Se empeña en incurrir en la tontería de reservar a Brandon, el único futbolista diferencial de su plantilla, para los últimos veinte minutos. La afición recibió su entrada en juego con una ovación contrapuesta a la sustitución, con pitos, de Javi Ros, desaparecido en combate. El público interpretó que quien debía marcharse del campo era Pereira. Bien visto. Si la apuesta se limitaba a plantar cara a los de Popovic, el delegado Tugores esta vez no puso la suya, bien está lo que bien acaba. Pero si los planes son más ambiciosos, el Chapi y sus chicos están jugando al límite y con fuego.
Mañana ya analizaremos con más tiempo y en términos generales sobre lo que ha dado de sí el fin de semana, con la derrota de Nadal incluida.






